La historia del soldado preso en el Vietnam y la actitud ante las dificultades.

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Hace ya algún tiempo escuché una historia sobre una persona que luchó en la guerra de Vietnam y que estuvo preso durante unos años. Cuando fue rescatado le hicieron un completo chequeo físico y psicológico para comprobar las secuelas de un cautiverio tan largo y duro. Lo que más sorprendió fue el buen estado psicológico en el que se encontraba. Una de las cosas más duras que tuvo que soportar fue que durante la mayor parte de las horas del día, le encerraban en una especie de jaula en la que escasamente podía estirar las piernas. Cuando los médicos le preguntaron cómo pudo soportar semejantes condiciones sin desesperarse el soldado respondió algo parecido a lo siguiente:

«En ese lugar era un soldado americano capturado por el Viet Cong. Sin embargo, cuando me metían en esa jaula y la cerraban para que no me pudiera mover me di cuenta que ellos tampoco podían entrar en ese espacio. La jaula se convirtió en mi territorio. Así que decidí que ese sería territorio americano que ellos no podrían ocupar. Era mi zona libre de enemigos.»

¿No te parece increíble?

Ese es un razonamiento incorrecto, ¿no? Su jaula podía ser cualquier cosa menos una zona libre ¿O quizás el que estoy equivocado soy yo? ¿A ti qué parece? Párate a pensar sobre este asunto un ratito y luego continuamos.

Si lo pienso con detenimiento tampoco es tan incorrecto ese razonamiento. Lo que veo es que está preso en una jaula y la jaula está en territorio de Viet Cong. Ahora bien, si lo miro desde la perspectiva del preso, está claro que él es un soldado que ocupa un territorio, por pequeño que sea, en el cual no puede entrar el enemigo. Así que su argumento no puedo rebatirlo.

Te he explicado esto porque para afirmar que algo es objetivamente correcto o incorrecto hay que pensárselo muy bien y precisar en que se basa uno para afirmar lo que afirma y desde qué punto de vista lo hace.

Llegados a este punto, también creo que es muy útil distinguir entre lo que es un hecho y lo que es una opinión (enlace a «¿Sabemos diferenciar hechos de opiniones?»). Un truco que me explicaron y que me resulta muy útil y sencillo de aplicar para saber si de lo que hablo es una cosa u otra es que un hecho es todo aquello que podría registrar una cámara de vídeo. Todo lo demás son opiniones. Por cierto, quiero señalar que las cámaras de vídeo que yo conozco no pueden registrar pensamientos. Los hechos no se pueden cambiar y ocurren de piel hacia afuera. Los pensamientos van de piel hacia dentro y muchas veces son consecuencia de lo que ocurre afuera, lo cual muchas veces nos confunde porque pensamos que hay una única explicación de lo que ocurre fuera.

Los acontecimientos como estímulo de mis pensamientos

Otro punto importante que quisiera destacar antes de continuar es que los hechos pueden ser el estímulo de lo que pienso y siento pero nunca son su causa (enlace a «Diferencia entre causa y estímulo. Cómo gestionar mejor nuestras emociones») sencillamente porque ante el mismo hecho, a veces pienso una cosa y a veces otra totalmente diferente. También, ante el mismo hecho, una persona puede pensar una cosa y otra persona, otra cosa que puede ser muy diferente. Si los hechos fueran causa de lo que pienso entonces siempre que me pasara una misma cosa mi pensamiento siempre sería el mismo.

Así que hay un margen de intervención posible sobre lo que pensamos cuando nos pasa algo y el primer paso es darse cuenta una cosa son las cosas que nos pasan y otra diferente es lo que pensamos cuando nos ocurre lo que nos ocurre.

Un ejemplo de esto que te estoy explicando es el del prisionero del Viet Cong. Ante lo que estaba viviendo, lo normal hubiera sido pensar que su situación era desesperada, que su final era incierto, que no iba a sobrevivir,  y que sus carceleros eran crueles con él. Y estoy casi seguro que este tipo de pensamientos le pasaron por su cabeza. Sin embargo, eligió pensar otras cosas que fueran más útiles para sobrellevar esos momentos tan difíciles.

Fue capaz de encontrar otro significado a aquello que le estaba pasando. Supo encontrar otro marco diferente para interpretar lo que le ocurría, lo cual le permitió a sobrellevar esa circunstancia. Así que, en circunstancias críticas, pensar cosas útiles, aunque no sea la opción obvia ni la fácil, puede llegar a ser la diferencia entre la vida y la muerte.

Esto me recuerda un libro que os recomiendo encarecidamente. Se trata de El hombre en busca de sentido. Su autor, Viktor Frankl, médico psiquiatra fundador de la Logoterapia, lo escribió tras sobrevivir al holocausto. Fue testigo de la influencia de lo que pensamos y se dio cuenta que las personas que encontraban una razón para vivir tenían más probabilidades de sobrevivir a las condiciones tan penosas que se producían en un campo de exterminio. Así que pensar una cosa u otra podía significar la supervivencia o la muerte. Aquí tenéis una cita del libro relacionada con la capacidad del hombre para decidir su actitud ante cualquier circunstancia.

Los que estuvimos en campos de concentración recordamos a los hombres que iban de barracón en barracón consolando a los demás, dándoles el último trozo de pan que les quedaba. Puede que fueran pocos en número, pero ofrecían pruebas suficientes de que al hombre se le puede arrebatar todo salvo una cosa, la última de las libertades humanas, la elección de la actitud personal ante un conjunto de circunstancias, para decidir su propio camino.

(Frankl, 1946)

El tamaño de las dificultades

Una vez hace ya muchos años, me tocó hacer un análisis de riesgos informáticos. Había una fase de entrevistas y me tocaba preguntar ¿qué pasaría si….? Entonces había un montón de circunstancias que los entrevistados calificaban como graves o muy graves. Esto, hasta que yo sacaba una escala en la que el 10 era el «muy grave» y significaba riesgo para las vidas humanas. Entonces, la mayoría bajaban su calificación y sólo alguno de los entrevistados calificaron con un 9 o un 10 alguna de las situaciones de riesgo.

Te cuento esto porque las dificultades, son como los gases, no importa cual sea su cantidad, tienden a ocupar todo el espacio disponible de nuestro estado de ánimo. Así que una manera de saber «cuanto gas hay», es decir, lo grave de la situación, es que te construyas tu propia escala de gravedad. El 10 podría ser «tu vida o la vida de otro está en riesgo» e ir descendiendo.  Entonces sitúa el episodio que vives en la escala y podrás relativizarlo y darle un dimensión de una forma más objetiva.

Conclusión

Con todo esto lo que he pretendido explicarte son varias cosas. La primera, que el significado que le damos a las cosas no es el único posible. Cualquiera de las explicaciones que demos a lo que nos está ocurriendo, a priori, será igual de correcta o incorrecta. Sin embargo, desde del punto de vista práctico, unas nos ayudarán a sobrellevar y a mejorar la situación y otras no. Así que, ¿porqué no elegir las que juega a nuestro favor?

La segunda, que lo que pensamos respecto a lo que nos pasa puede ser un estímulo pero en ningún caso es su causa. Hemos visto el ejemplo del soldado preso y también los ejemplos que nos relata Viktor Frankl en su libro y que nos lleva a decir que el camino fácil es el de los pensamientos derrotistas y que es posible encontrar otra manera de pensar siempre que haya una voluntad de hacerlo. Finalmente hemos visto que las dificultades tienden a ocupar todo nuestro espacio vital disponible y cómo las podemos relativizar.

Así que, cuando te encuentres ante una dificultad, determina si es grande o pequeña, date el permiso para sentir tristeza por lo que te ha pasado y luego, una vez hecho el duelo, decide con qué actitud vas a encarar la dificultad y da respuesta a dos preguntas:

1. ¿Qué es lo que quiero conseguir?

2. ¿De que forma puedo jugar las cartas que me han tocado para hacer la mejor partida posible?

La única respuesta válida sólo la puedes dar tu.

¡Buen viaje!

 

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