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La zona de confort es aquel espacio en el cual nos sentimos cómodos, seguros en lo que hacemos. Es por lo tanto, una zona en la que nos sentimos muy bien. Es un buen sitio si donde estamos es donde queremos estar. Sin embargo, podría ser que queramos alcanzar un objetivo que sea para nosotros muy importante. En ese caso, quedarse en la zona cómoda supone quedarse en donde estamos, y por lo tanto, renunciar a nuestro objetivo. Moverse hacia aquello que queremos y vale la pena supone salir de nuestra zona de confort, de aquello que conocemos, de aquello que sabemos hacer bien y adentrarnos en terrenos desconocidos, que no controlamos ni conocemos.

Si sólo lo miramos desde este punto de vista nunca valdría la pena moverse de donde estamos. Sólo cuando pensamos en lo que nos estamos perdiendo, en aquello que podríamos conseguir y que tanto deseamos, sólo entonces es cuando la balanza se puede equilibrar y nos puede impulsar a movernos fuera de nuestra zona de comodidad. Los objetivos y retos que valen la pena nos aportan la energía necesaria para poder salir de lo conocido, lo que tenemos bajo control, de lo rutinario.

Otra situación se plantea cuando la zona cómoda de lo conocido y lo rutinario es algo incómodo e incluso indeseable. ¿Cuantas veces soportamos situaciones que no queremos y no hacemos nada para salir de ellas?. Salir de lo conocido puede ser tan difícil que nos haga eludir cambios, aunque sepamos que van a ser beneficiosos para nosotros. Este es pues el gran peligro de la zona de confort, que si permanecemos en ella mucho tiempo, nos adormece y nos paraliza.

Cuando pienso en esto me hace recordar un cuento en el que uno de los personajes tiene que cruzar un bosque encantado para alcanzar el lugar al que tanto desea llegar. La advertencia que hacen al protagonista del cuento esla siguiente:

No te quedes a descansar mucho tiempo en el bosque encantado. Dicen que los que así lo hacen ya no vuleven a salir de él». El personaje decide cruzar el bosque. Durante el largo trayecto pasa por un bosque fresco y acogedor y decide sentarse al pie de un frondoso árbol. Al cabo del tiempo, y sin acordarse de la advertencia, decide tumbarse y descansar durante un buen rato: después de tanto caminar, se merece un largo descanso. Total, se acuesta y un sueño profundo, extremadamente profundo, se apodera de él. Y cuando se despierta, no sabe cuanto tiempo a permanecido dormido. Supone que mucho, porque le cuesta mucho moverse y pensar, y poco a poco se da cuenta que su cuerpo se confunde con el tronco del árbol sobre el que estaba apoyado, de forma que uno y otro son prácticament la misma cosa. Sus extremidades se han convertido en raices y ramas y sólo puede moverse ligeramente, con movimientos que serían imperceptibles a cualquier ojo humano,…

La zona de confort se puede convertir en nuestro bosque encantado. Así que, descansa de vez en cuando, que seguro te lo mereces. Y no te quedes mucho tiempo ahí, no sea que te pase lo mismo que a nuestro personaje.

Por cierto, supongo que alguno de vosotros le gustaría saber que le pasó a nuestro personaje del cuento. Yo no lo sé, pero me gusta pensar que se despertó a tiempo. Y que los movimientos imperceptibles que hacía al principio se fueron transformando, poco a poco, gracias a su profundo compromiso y determinación, en movimientos más evidentes. Y que, al cabo del tiempo y con mucho esfuerzo, se pudo separar del árbol que le había dado cobijo para poder salir del bosque encantado y poder llegar allí donde tanto había deseado.

¡Buen viaje!

 

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