La chica anormalmente normal.

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El otro día iba en autobús de camino a una formación. No era un recorrido habitual así que, en vez de leer, me coloqué al lado de una ventana y me dediqué a mirar por la ventana. Me gusta dejarme llevar por lo que veo. Es como si el abandonarse a la observación me liberara de pensamientos sobre lo que me espera la jornada. La cuestión es que estaba en este estado de observación cuando vi algo que me sorprendió.

Había una chica joven que, iba caminando. En una mano sostenía un móvil mientras que con la otra empujaba un patinete. La cuestión es que caminaba con toda normalidad. Supongo que te preguntarás qué tiene esto de sorprendente. Pues mira, lo que me llamó la atención es que esa chica tan normal no tenía piernas. Bueno, sí que tenía pero eran de metal. Llevaba unas prótesis metálicas que acababan en unas zapatillas deportivas. El autobús estaba en marcha así que giré la cabeza y mantuve la mirada sobre esa chica todo lo que el recorrido del autobús me permitió. Es como si no me lo pudiera creer. Al final perdí el contacto visual y el autobús siguió su camino, tozudo en llevarme hasta la siguiente parada y ajeno a eso que acababa de ver.

Lo que llamó poderosamente la atención era la normalidad de la anormalidad. Me explico. Estaba claro que esa chica tenía completo dominio sobre cómo caminar con sus prótesis porque lo hacía de una forma natural, sin que parara atención en ello de una forma especial. Ver esa normalidad es lo que no me parecía normal. Entonces empecé a hacerme preguntas…

¿Qué es lo que yo hubiera hecho si me hubiera tocado vivir una circunstancia como esa? Quizás me hubiera resignado a desplazarme sobre una silla de ruedas. Total, lo «lógico» es pensar que, si no tienes piernas, no puedes caminar. Sin embargo, esa chica había sido capaz de desafiar esa conclusión lógica cuestionándose lo evidente. Supongo que se hizo la pregunta ¿no habría alguna manera de caminar teniendo en cuenta mi limitación? ¿Podría caminar con «otras» piernas?

Así que ésta ha sido una de las cosas que me llevo de esta imagen tan impactante. La capacidad de no dejarse llevar por lo aparentemente evidente y buscar y encontrar fórmulas imaginativas de sortear barreras aparentemente infranqueables. Supongo que eso sólo es posible cuando soy capaz de aceptar aquello que me ha ocurrido y dejo de luchar contra eso que no puedo cambiar. Sólo cuando soy capaz de abandonar los pensamientos del tipo «… qué injusta ha sido la vida con migo», «… no hay derecho…» «… no puedo aceptarlo…» es cuando puedo hacerme la pregunta ¿cómo puedo vivir lo mejor posible esto que me ha tocado? Así que la imagen de esta chica me parece un gran ejemplo práctico que me ayuda a entender que no es lo mismo aceptar que rendirse.

La otra cosa que también me hizo pensar fue otra vez la naturalidad con la que mostraba sus prótesis. Por lo menos, para mi eran muy llamativas, porque el metal brillaba con la luz de la mañana y no por eso las escondía detrás de una falda o unos pantalones. La visión de esa especie de hueso metálico desprovisto de músculo me produjo una mezcla de sensaciones aunque creo que, sobretodo prevalecía la curiosidad.

Otra vez pensé en mí. ¿Mostraría yo con esa naturalidad mis prótesis? Creo que yo me pondría unos pantalones para esconderlas y parecer así más «normal». Sin embargo, esa chica volvía a hacer normal lo anormal. Al fin y al cabo, ¿qué es lo normal? La normalidad es algo relativo, y estoy seguro que para ella, eso era lo normal. Qué bien poder aceptar lo que uno es como lo normal, a pesar de lo que los otros consideren que eso no sea la normalidad, ¿no te parece? Con su naturalidad me decía algo así como:

«No escondo nada. Lo que ves es lo que hay. Yo estoy a gusto y tranquila con ello. Acepto que no te pueda gustar y por encima de todo, me acepto con lo que estoy siendo. Me encantaría tu aceptación aunque no dependo de ella, así que no hay motivos para esconder eso que soy. Yo puedo estar tranquila con tu incomodidad, ¿y tú? ¿Puedes estar tú tranquilo con tu incomodidad? ¿Preferirías no verlo para estar más tranquilo? En todo caso, ese es tu asunto, no el mío y no quiero perder el tiempo con lo tuyo. Espero que aproveches y vivas este maravilloso día que nos queda por delante. Hasta la vista

Estoy seguro que esa chica había entendido y educado su juez interior, ese que con severidad me dice lo que está bien y mal, lo que es correcto e incorrecto, ese que necesita la aprobación de los demás para aprobarse a uno mismo. (Mi juez interior y la aceptación incondicional de uno mismo.) Al fin y al cabo, todos tenemos nuestras prótesis, sólo que algunas no son tan evidentes como las de esa chica. ¿Me atrevo a mostrar a los demás mis «prótesis»?

Así que este es el segundo aprendizaje: la aceptación incondicional de lo que soy, de mis virtudes y de lo que todavía no son mis virtudes. Aceptar me da tranquilidad. Por una parte, esa tranquilidad me permite desarrollarme como persona de una forma más eficaz que si lo hiciera desde la rebeldía y el rechazo a lo que estoy siendo. Es como decir, bien, ahora estoy siendo así y eso puede que no sea satisfactorio y lo acepto como lo que es, ¿qué podría hacer para avanzar? Por otra parte, esa aceptación me da una coherencia y autenticidad que está por encima de aquello que quiero ocultar. A mi me gusta lo natural y lo honesto por encima de lo artificioso, porque me da claridad y tranquilidad.

En fin, estos son los aprendizajes a los que he llegado. ¿Podrías sacar otras conclusiones o aprendizajes? ¿Lo has visto de otra forma? Si es así, te animo a que lo envíes en forma de comentario para enriquecer el artículo con tus aportaciones.

¡Buen Viaje!

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