Hace unos días vi un reportaje en la televisión sobre el trabajo de los censores en los tiempos de la dictadura de Franco en España. Fue un programa curioso porque aparecían testimonios sobre las personas que trataban de burlar el proceso de censura con los de los propios censores, en los que explicaban cómo realizaban su trabajo. A pesar de ser muy curioso, lo que más me llamó la atención fue el relato de una mujer que trabajó como censora.
Su relato empezó diciendo que en su trabajo como censora sólo cumplía las instrucciones y los reglamentos. Desde ese punto de vista, ella era una buena trabajadora que cumplía con su obligación. Esa introducción me produjo una mezcla de pensamientos y sensaciones que me gustaría compartir contigo.
Al principio me llegó valentía y honestidad, porque se atrevía explicar algo de lo que me parecía no se sentía muy orgullosa. En otras ocasiones, cuando una persona se muestra de forma honesta y clara sobre algo sobre lo que no se siente muy orgullosa, se mueve en mi una energía de conexión. Mis etiquetas y juicios sobre esa persona se empiezan a disolver y tengo el impulso de buscar las necesidades que movieron al ese ser humano a comportarse esa manera. Sin embargo, ese testimonio no produjo en mi ese efecto, o al menos, duró sólo unos breves instantes.
Amtsprache: «la jerga burocrática»
Lo que me desconectó fue la justificación que dio a su comportamiento: ella dijo «yo sólo cumplía el reglamento». Estas palabras me recordaron un pasaje del libro de Marshall Rosenberg, Comunicación No Violenta, un lenguaje de vida. Concretamente, una parte del capítulo 2 «La comunicación que bloquea la compasión«. Permíteme que te cite literalmente este fragmento:
«En su libro «Eichmann in Jerusalem», que documenta el juicio por los crímenes contra la humanidad cometidos por el oficial nazi Adolph Eichmann, Hannah Arendt explica que Eichman declaró que tanto él como sus compañeros utilizaban una palabra especial para referirse al lenguaje con el que eludían y negaban su responsabilidad. El nombre que daban a esa actitud era Amtsprache, que podría traducirse libremente como «lenguaje oficial» o «jerga burocrática». Si se les preguntaba, por ejemplo, porqué habían cometido determinados actos, la respuesta podía ser: «tenía que hacerlo». Y si se le preguntaba porqué tenía que hacerlo, la respuesta podía ser: «Eran órdenes superiores», «Era la política de nuestro momento», «Era la ley».
Negamos la responsabilidad de nuestros actos cuando atribuimos su causa a ….»
Así que la justificación de ese comportamiento me recordó el poderoso y peligroso efecto que puede tener en nosotros el utilizar un lenguaje que elimina el recuerdo que siempre podemos elegir, o que de hecho siempre estamos eligiendo y por lo tanto somos responsables de nuestros actos. El utilizar expresiones como «tenía que hacerlo» «ese era el reglamento a cumplir» tiene una función muy importante que es la de tranquilizarnos ante actos que no nos gustan. Actúa como una anestesia que nos quita el dolor que sentimos cuando nuestros actos no están de acuerdo con nuestros valores. Supongo que la persona que trabajó como censora encontró en el «Yo sólo cumplía el reglamento» el lenguaje que le permitía hacer un trabajo que supongo no era consecuente con sus valores.
Sin embargo, este efecto sedante tiene un efecto secundario muy peligroso: al volvernos insensibles ante el dolor, perdemos el contacto con nuestros valores más esenciales e íntimos, que es lo que nos hace seres humanos preciosos y únicos. La anestesia que produce este lenguaje nos tranquiliza pero nos desconecta de nuestra sagrada humanidad. La sensación de tranquilidad de este tipo de lenguaje nos crea la falsa ilusión de que no tenemos elección y nos libera de cualquier responsabilidad sobre nuestros actos. Sin embargo hay una cualidad que distingue los seres humanos del resto de los animales: tenemos libre albedrío.
Cómo transformar la «jerga burocrática»
Así que lo que me desconectó de la humanidad del relato de esa persona que trabajó como censora fueron mis juicios hacia ella porque lo que pensé es que «no asumió su responsabilidad». Quizás le hubiera sido de ayuda saber el poder anestesiante que tienen los «tenía que …» y que podemos salir de este lugar tan peligroso.
Lo que nos propone la Comunicación NoViolenta de Marshall Rosenberg es transformarlo de la siguiente forma. En vez de decir que «tenía que cumplir con el reglamento», podría decir que «elegí cumplir con el reglamento porque quiero que no me despidan. Y si no me despiden cobro a final de mes lo cual me permite …» Desde luego, no tranquiliza en absoluto pero da conciencia sobre lo que hacemos, del precio que pagamos por ello y nos convierte en seres LIBRES que tenemos la capacidad de elegir.
La compasión
Si esa persona, en vez de justificarse hubiera explicado que en esas circunstancias no supo encontrar una manera mejor de contribuir a su bienestar y al de su familia, si hubiera explicado que ahora se daba cuenta que habían otras posibilidades de contribuir al bienestar de su familia como por ejemplo hacer otro tipo de trabajo, entonces me hubiera sido más fácil conectar más con ella. Al fin y al cabo, ¿quien soy yo para juzgar el comportamiento de esa persona en ese momento? ¿Conozco acaso las circunstancias exactas de esa persona en ese momento? ¿Para qué se prestó a dar su testimonio sobre algo de lo que parecía no sentirse muy orgullosa?
Conclusión
Yo creo muchos de nosotros caemos con más o menos frecuencia caemos en la trampa del «tenía que…». La cuestión es darse cuenta de ello lo antes posible, tener compasión por uno mismo y darse cuenta que en realidad uno siempre puede elegir aunque a primera vista no lo parezca. La manera es llevar luz para descubrir cuales son los valores y necesidades que se esconden cuando me digo «tengo que …» y la manera es transformarlo en «yo elijo …. porque quiero …»
Esto me ayudará a cambiar la energía con lo que lo hago las cosas o quizás sirva para darme cuenta que el precio que pago es demasiado alto y entonces elija dejar de hacerlo. Bienvenido al camino de la libertad. No es cómodo pero yo lo prefiero al de la cómoda esclavitud, ¿y tu?
¡Buen viaje!