El otro día viajaba en autobús y cerca de donde yo estaba sentado había una familia con niños pequeños que me llamó la atención porque sólo iban acompañados de su padre, que era ciego. La cuestión es que iban hablando animadamente hasta que llegó el momento de apearse. Entonces el padre avisó a sus hijos que ya tocaba bajar. No sé cómo lo supo, sin embargo no fue eso lo que más llamó mi atención. Lo que verdaderamente me sorprendió fué lo que les dijo antes de bajar : ¡Cuidado con el escalón ! ¿Te lo puedes creer? Un invidente avisando de la existencia de un escalón a sus hijos que veían perfectamente.
Esto me recuerda que el otro día escuché una conferencia de Joan Garriga titulada «El buen amor en pareja». En un momento dado, explicó que había leído un libro en el que se narraba la historia de una persona ciega que contrataba a alguien para que le acompañara y le explicase las cosas que iba viendo. Lo que pasaba es que, el ciego era una persona era muy exigente: no tenía suficiente con que le dijera cosas como: «Ahora está pasando un coche» si no que le pedía toda clase de detalles, como por ejemplo, cómo era la calle, si había mucho o poco tránsito, cómo era el coche, a qué velocidad pasaba, cuantas personas iban dentro de él,… Esto le suponía tener que poner toda su atención en lo que veía para poder explicárselo con todo lujo de detalles a su cliente. Entonces Joan Garriga dijo una frase que me encantó:
«… y entonces el que no era ciego aprendió a ver»
Efectivamente, la mayor parte del tiempo, miro pero no veo. Paso superficialmente por las cosas que pasan delante de mis ojos sin prestarles verdadera atención. Yo me pregunto ¿Qué es lo que me impide ver cuando miro? Supongo que alguna vez te ha pasado que vas caminando por la calle y miras, pero no ves que los arboles están brotando, porque es primavera. Quizás te hayas cruzado con un niño y no hayas visto su cara sonriente mientras pasea con su fantástcio patinete. Es posible que no hayas visto esa pareja de ancianos, agarraditos, dándose apoyo y sostén mientras pasean por la calle. O quizás no hayas visto cómo sale el sol entre los edificios de tu ciudad, mientras vas de camino a tu trabajo. Miramos pero no vemos. ¿Porqué? Me encantaría que me dieras tu respuesta. Yo te doy la mía.
Miro pero no veo cuando mi cabeza está llena de pensamientos y a mí me inquieta mirar a una persona y no verla. Miro a alguien pero no lo veo cuando en mi cabeza está presente la imagen que he construido de esa persona. Cuando eso ocurre sólo veo las etiquetas que tengo sobre ella: si es antipático o simpático, si es egoísta o generoso, si es amable o arisco, si es amigo o enemigo… Miro y veo cuando mi cabeza está llena de «el pasado» sobre lo que esa persona ha sido para mi. Es como si todo ese montón de etiquetas y pensamientos pusieran sobre esa persona un grueso armazón que me impide ver más allá. Las etiquetas y pensaminetos sólo me dejan ver una imagen estática, como si fuera una estatua de lo que esa persona ha sido para mí.
Es parecido a cuando observo el firmamento. Yo ahora estoy viendo cómo brillan estrellas que es posible que se extinguieron hace muchos millones de años, pero están tan lejos que el último rayo que salió aun está viajando en el espacio y todavía no ha llegado hasta mí. Es el recuerdo de un pasado que ya no es, una ilusión. Con el firmamento es muy difícil mirar de otra forma porque no puedo viajar en el tiempo. Sin embargo, con las personas es mucho más simple (que no fácil). Sólo se trata de tomar la decisión de actualizar la imagen que tengo de esa persona. Porque si yo cambio con el tiempo, no sería descabellado pensar que la persona que tengo delante también haya cambiado, aunque sólo sea un poco, y yo esté viendo una imagen de él que ya no es.
¿Cómo lo hago para actualizarme? Se trata de mirar otra vez partiendo de cero. Para eso he de liberarme de mis juicios que encasillan a esa persona y hacen que la vea de una determinada forma. Se trata de abrirme a verla como si fuera la primera vez. Sólo cuando soy capaz de mirar con esa mirada vacía de pensamientos y juicios, puedo ver otra vez a esa persona y no a la imagen que se congeló en mi mente hace un montón de tiempo. Sólo así puedo actualizarme y en ese proceso de actualización, es cuando estoy viendo de verdad a esa persona.
Así que si quieres ver a una persona más allá de mirarla, quizás la manera sea quitarte todas esas etiquetas y juicios que tengas que te impiden ir más allá de la superficie y así podrás encontrar al ser humano que espera ser visto. Y cuando eso ocurre y la otra persona es vista de esta manera, se produce una magia que es difícil de explicar. ¿A quien no le gusta que le vean y acepten como lo que es? Supongo que todos necesitamos ser vistos para poder vernos y aceptarnos nosotros mismos.
¡Buen viaje!