Sinceros y sincericidas. ¿Sabes la diferencia?

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Está claro que la sinceridad es un valor. En este artículo quiero reflexionar sobre lo que puede significar llevar la sinceridad a un punto radical. Me refiero a situaciones en las que las personas expresan lo que piensan sin ningún tipo de filtro, tal y como les pasa por la cabeza, sin calcular las consecuencias de aquello que dicen. Es esta manera de entender la sinceridad a la que me refiero.

Para ver la diferencia os pondré algún ejemplo para que veaís la diferencia entre la sinceridad y el «sincericidio».

Supongamos que voy por la calle y me encuentro con un amigo. Después de un rato de hablar con él me doy cuenta que lleva la camiseta al revés (es un pelín despistado) y se me plantea la siguiente duda: Si se lo digo se va a sentir ridículo y eso no me gusta… sin embargo si no se lo digo, va a ir por la calle sin darse cuenta que lleva la camiseta al revés… Vaya, que se lo digo y que decida él mismo que es lo que va a hacer….

«Oye, perdona pero, ¿ Te habías dado cuenta que llevas la camiseta al revés?» …

Lo que me ha movido a ser sincero es mi interés hacia la otra persona para evitarle que haga el ridículo llevando la camiseta al revés. He creído que con mi sinceridad el va a salir beneficiado.

Habría otra postura, en la cual se lleva la sinceridad hacia un lugar un poco diferente. Ilustrémoslo con otro ejemplo.

Voy por la calle y me encuentro con mi amigo. Esta vez lleva una camiseta con un diseño que no me gusta nada. Total, que nada más verle le digo:

«Oye, llevas una camiseta muy fea».

En este ejemplo, he sido radicalmente sincero. Es más, podría pensar que si no se lo digo, no soy auténtico: para ser auténtico hay que decir lo que se piensa, y punto. Sin embargo, cuando actúo de esta forma no estoy teniendo en cuenta las consecuencias que pueda tener lo que yo digo sobre la otra persona, es decir, estoy poniendo mi necesidad de expresarme de una forma totalmente libre por delante de las posibles consecuencias que pudiera eso tener sobre los demás. Y ya sabemos que nuestra libertad acaba cuando empieza la de los otros.

Siguiendo con el ejemplo anterior, ¿Acaso la otra persona me había pedido mi opinión sobre su camiseta? Entonces, ¿Para que se la doy? ¿Podría ser que estuviera actuando con una sinceridad irreflexiva en la que no cuento con lo que le pase a la otra persona?

Uno podría pensar entonces que nunca hay que decir cosas que puedan herir a la otra persona. Tampoco se trata de pasarse al otro extremo. Lo que os propongo es que haya siempre una cierta reflexión respecto a qué es lo que pretendemos con ello y haber pensado antes las posibles consecuencias de ello y si lo que conseguimos es lo que pretendemos. Y en caso que sea así, adelante. Vale la pena tener siempre en cuenta cual es nuestra intención y hacer de ella nuestro marco de referencia para tomar nuestra decisión.
En fin, pensemos en las consecuencias que puede traer la sinceridad llevada hasta las últimas consecuencias. Como en muchas cosas, incluída la sinceridad,
el veneno está en la dosis.
¡Buen viaje!

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