Rindarath era un gurú que vivía solitario en las montañas cerca del lugar donde nació. Las tribus de los alrededores le iban a consultar cuando tenían problemas que no sabían resolver. Era una persona sabia, que además tenía un don que le hacía muy especial: era capaz de hablar con las estrellas. Al menos es lo que el afirmaba.
Cada noche despejada, observaba el firmamento. Para él era simplemente fascinante el simple hecho de mirarlas, o quizás debería decir, admirarlas porque decía que cada una de ellas brillaba de una forma diferente. Supongo que hay que saber mirar de una forma especial para poder apreciar la belleza única de cada una de las estrellas.
De vez en cuando bajaba a nuestro pueblo y conversaba con la gente y, a veces explicaba historias. Una vez nos contó que en una de esas noches especialmente clara, mientras observaba el cielo estrellado, no pudo evitar fijarse en una estrella. Le llamó la atención porque era como si apareciese y desapareciese. Al fijarse más detenidamente se dio cuenta que, en realidad, no desaparecía. Lo que ocurría es que su brillo se desvanecía hasta que sólo los ojos de personas tan entrenadas como Rindarath eran capaces de ver. En cambio, había otros momentos en que brillaba de una forma tan bella … Se preguntó qué es lo que le podría estar pasando.
Rindarath, que era una persona muy curiosa, movilizó toda su energía para comunicarse con esa estrella. Unas veces le costaba más que otras, pero siempre lo lograba. No te puedo decir cómo lo hacía. Supongo que las estrellas no hablan con palabras sino con algún tipo de energía invisible que la sensibilidad de Rindarath podía captar y entender. O quizás hablaban un lenguaje misterioso que sólo unos pocos conocen.
La cuestión es que esa noche no consiguió hablar con ella, ni a la siguiente, ni a la otra tampoco. Incluso a él le costaba encontrarla porque cuando no brillaba era tan difícil verla… Hasta que una noche la pudo ver.
– A veces me cuesta verte en la noche. Parece como si te diera miedo brillar. Le dijo a la estrella.
– Otras veces brillas pero de una forma que no es la tuya. Es como si quisieras parecerte a alguna de las estrellas de tu alrededor.
– En cambio, otras veces, puedo ver una luz tan especial… Es absolutamente diferente a todas las demás.
Entonces continuó explicándonos de qué forma brillaba esa estrella. Me tendrás que perdonar pero soy incapaz de reproducir las palabras exactas que utilizó, aunque creo que, si las hubiera conseguido recoger y te las reprodujera de forma exacta, no creo que te sirviera de mucho. Porque Rindarath no sólo utilizaba las palabras para hablar.
Supongo que como conocía el lenguaje no escrito de las estrellas, consiguió transportarnos a un lugar al que es difícil llegar sólo con palabras. Todos los que estábamos allí pudimos ver, oír y sentir la forma tan especial en que esa estrella brillaba. Lástima que no estuvieras allí para gozar de tanta belleza. Luego nos explicó cómo continuó su conversación con la estrella.
– Es un privilegio poder disfrutar de la belleza de tus destellos, aunque sólo sea durante algunos momentos, así que quisiera hacerte una petición: ¿podrías brillar siempre de esa forma que tan sólo tú sabes hacer?
La estrella no le contestó. De hecho nunca lo hacían de una forma expresa pero Rindarath supo que le había escuchado porque desde ese día, cada noche que observó la inmensidad celestial, pudo admirar esa estrella que nunca más dejó de brillar y mostrar su belleza única al universo.
Supongo que la estrella entendió que no tenía que buscar en otras para saber cómo tenía que brillar. Tampoco tenía que ser de ninguna forma concreta, simplemente porque ya era una estrella. Reconocer eso le dio la tranquilidad y la seguridad que necesitaba para mostrarse y permitir así que los demás pudieran gozar de su brillo único y especial.
Fin
Francesc Bonada- 2014
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