El otro día me ocurrió una cosa que me ha hecho reflexionar. A media mañana recibí un mensaje de un amigo con el que había quedado para visitarle por la tarde, que me decía lo siguiente. «Están revisando el ascensor de casa y lo más probable es que cuando tu llegues no esté operativo.»
Hay que tener en cuenta dos cosas. La primera es que vive en un ático y la segunda es que voy en bicicleta. Es una de estas plegables y siempre la llevo conmigo así que las perspectivas eran subir la bicicleta (pesa 12 kilos) por la escalera hasta el ático. ¡Uffff!
A medida que se acercaba la hora de la visita no podía evitar el agobio al pensar que tendría que hacer el esfuerzo de subir a pie con la bicicleta a cuestas. Total, que cuando llegué a la portería no estaba de muy buen humor. Plegué la bicicleta y me planté delante del ascensor. No había ningún cartel avisando que estaba fuera de servicio así que pulsé el botón de llamada, sólo para probar.
Se escuchó un ruido, se iluminó el indicador y el ascensor empezó a descender: ¡Funciona! ¡Qué alegría! Ya no tenía que subir a pie con la bicicleta todos los pisos hasta el ático. Mientras subía en el ascensor y experimentaba esta alegría me di cuenta que lo que estaba pasando en esos momentos no era en absoluto diferente a lo que me había pasado todas las veces que había tomado el ascensor de esa casa, que eran muchas. Sin embargo era la primera vez que este mismo hecho suponía una alegría indescriptible. Si el hecho es el mismo, ¿qué es lo que lo había hecho diferente?
Creo que está claro que lo que hace diferente el hecho es mi interpretación sobre lo que ocurre, es decir, lo que convierte una cosa normal en una cosa extraordinaria motivo de alegría es lo que yo pienso acerca de hecho, concretamente mis expectativas.
El efecto sedante de lo habitual
Mi día a día, y supongo que el tuyo, esta lleno de hechos normales en el sentido que son habituales. Esa cotidianidad hacen que me impida ver lo extraordinario que hay en algo a pesar que eso sea habitual, o que quizás, a pesar de ser normal, no por ello es digno de mi admiración.
Sino fíjate bien en el montón de hechos normales que se producen desde que te levantas. Por ejemplo darle a un botón y que se encienda una luz parece algo simple pero, ¿tienes idea del montón de cosas que hay detrás de eso para que sea posible? Para que esto pase tiene que haber una central eléctrica que produce la energía, un sistema de transporta de alta y media tensión, un sistema de cableado de distribución desde esas subcentrales hasta tu casa y en tu casa debe haber una instalación eléctrica. Y para que una central exista alguien la ha tenido que diseñarla y un montón de gente ha tenido que construirla. Y el que lo ha diseñado previamente a tenido que estudiar durante muchos años. Y lo que ha estudiado esa persona es a la vez fruto de un montón de generaciones anteriores que han desarrollado todos esos conocimientos. Cada elemento de la cadena, a su vez forma parte de otra cadena, que también forma parte de otra … y así «ad infinitum».
Así que no es lo mismo que algo sea habitual a que sea normal. De hecho si lo miro con la perspectiva de lo que ocurre en el mundo puedo decir que hay un montón de países y un montón de personas para los que este hecho tan normal no es en absoluto habitual.
Esto es lo que yo llamo el efecto sedante de lo habitual. Las cosas que pueden llegar a considerarse extraordinarias, con el tiempo dejan de serlo por el simple hecho que se conviertan en habituales. Esto ocurre no sólo con las cosas que nuestra sociedad nos pone al nuestro alcance sino que también ocurre con las cosas que adquirimos y con los objetivos personales y profesionales que conseguimos. Incluso pasa en el aspecto relacional.
En el momento de conseguir aquello que tanto deseábamos, somos felices, pero una vez conseguido se convierte en algo habitual, y el efecto sedante de lo habitual, convierto aquello que era tan maravilloso y extraordinario en normal. ¿Donde quedó la felicidad?
La ventaja de este mecanismo es que me impulsa a conseguir más y más cosas y por lo tanto a progresar y en definitiva a ser feliz. Sin este impulso hacia la felicidad es al mismo tiempo una fuente de insatisfacción permanente porque cuando alcanzo eso que me hacía feliz, por el efecto sedante de lo habitual, hace que quiera otras cosas. ¿Cuando descansaré? ¿Donde está el límite? ¿Cuando podré ser feliz?
La felicidad, la brújula y el destino
Antes de continuar, y aunque parezca que no tiene nada que ver con el asunto, me gustaría decirte alguna cosa sobre las brújulas. Como ya sabemos, la brújula indica siempre hacia el norte y por lo tanto puedo utilizar esta propiedad para orientarme. Por ejemplo, los marinos pueden fijarse en ella para mantener un rumbo que les llevará hacia su destino. Si su puerto de destino está rumbo hacia el Oeste, la brújula les proporciona una dirección hacia la que moverse. Pero que el destino esté rumbo Oeste no significa que el destino sea el Oeste. La brújula me proporciona un rumbo pero en dirección al oeste pueden haber multitud de destinos.
¿Porqué te cuento esto? Porque el impulso que me mueve a buscar la felicidad es como el rumbo en una brújula. Me proyecta a hacer unas ciertas cosas que se supo ne me llevan hacia la felicidad, pero las cosas no son la felicidad. No puedo confundir un lugar con una dirección.
Así que nunca podré llegar a la felicidad plena, simplemente porque es una dirección y precisamente por eso, no un lugar al que se pueda llegar. ¿Significa esto que nunca podré llegar a ser feliz? ¿Es mejor no fijarse objetivos porque son la fuente de insatisfacción permanente? No, permíteme que te lo explique.
Mi propuesta
De lo que se trata es que utilices bien la brújula interior que te impulsa hacia la felicidad pero para lo que sirve y no para otra cosa. Fíjate objetivos que estén en la dirección de aquello que te hace feliz, de aquello que te da energía y ganas de vivir. Para eso sirve la brújula, y nada más. Es decir, que una vez que te hayas fijado tu objetivo ya no hace falta que vuelvas a utilizar la brújula. Así que te propongo que te olvides de la idea que serás feliz sólo cuando alcances ese objetivo que te has fijado.
Mi propuesta de hoy para ti es que nos liberemos del efecto sedante de lo habitual. Para ello lo que podemos hacer es dejar a un lado las expectativas sobre cómo deberían ser las cosas y abrirnos a la posibilidad de observar lo extraordinario que hay en cada cosa normal. ¿Recuerdas mi episodio del ascensor?
Si hacemos esto, subir en un ascensor, salir a la calle y mirar a la gente, sentir el aire en la cara, notar el calor del sol en el cuerpo, sentir cómo el aire entra por mi nariz y llena mis pulmones, y cómo luego sale por la nariz… Todo esto son cosas tan normales y al mismo tiempo tan extraordinarias… En definitiva, estar presente para vivir en la vida y no fuera de ella.
¿Te das cuenta que de esta manera se abre un universo lleno de posibilidades infinitas que está justo delante nuestro, en este mismo preciso instante? ¿Te das cuenta que no hay que esperar a conseguir nada para disfrutar de eso? ¿Te das cuenta de cómo podemos llegar a vivir la vida de una forma más consciente y plena sin necesidad de esperar a que nada pase?
Conclusión
No hace falta estar en ningún lugar que no sea aquí, ni hace falta que sea ningún momento específico sino ahora mismo. Y al mismo tiempo sin olvidarse de mirar la brújula interior de vez para fijarse nuevos objetivos rumbo a la felicidad o para cambiar el camino planificado.
Te deseo que tengas un … ¡Buen viaje!