(Tiempo de lectura aproximado 3 min.) Las hidras son seres primitivos muy sencillos. Su funcionamiento se rige por el principio del estímulo y respuesta. Si están seguras se despliegan. Si detectan peligro se contraen. El binomio estímulo respuesta es indisociable. La pregunta que me hago es ¿Nuestro comportamiento como seres humanos se podría asemejar al de las hidras? Yo creo que sí y os voy a poner un ejemplo.
Suponed lo siguiente: dos niños se pelean y se pegan. Cuando les preguntas por el incidente uno de ellos responde: “él empezó primero”. Claro, uno empieza y el otro, ante el estímulo “me pegan” responde automáticamente “yo también pego”. Es como si de un resorte se tratara. Es el comportamiento que responde al estímulo. Por consiguiente, si aceptamos que ante el estimulo “agresión” la única respuesta posible es “devolver agresión” a mí me parece lógico el siguiente razonamiento: el que ha empezado, en realidad lo que ha hecho es pegarse a sí mismo a través de la otra persona. Qué raro, ¿No?
¿Cuántas veces explicamos nuestro comportamiento con el argumento “él empezó primero”, “él me ha provocado “o “las circunstancias me han obligado”….? Justificar nuestras acciones culpando a las circunstancias significa que soy inocente y las circunstancias son las culpables, las causantes, y esta explicación nos tranquiliza porque nos libera de toda culpa y responsabilidad. (La Libertad y la Obediencia Debida: El experimento de Milgram)
Por consiguiente, como las circunstancias son las causantes de mi comportamiento yo soy una víctima de ellas. “Yo no tengo la culpa, son las circunstancias las que me obligan a hacer lo que hago (o no hago), yo no puedo escoger”. Y este modo de pensar satisface nuestra necesidad de calma y tranquilidad. Es como si fuera un analgésico que calma nuestro dolor ante una situación desagradable. Sin embargo este potente medicamento tiene también una fuerte contraindicación: nos deja adormilados de tal manera que nos incapacita para emprender acciones y el resultado es que nos quedamos en la situación insatisfactoria. Pasar un cierto tiempo en la lamentación, hacer el duelo por lo que nos ha pasado es bueno y necesario. Pero si nos quedamos en este estado no podremos avanzar para salir de la situación desagradable en la que nos encontramos.
Demos un paso más. ¿Qué pasaría si aceptáramos la “respons-habilidad” de nuestros actos? Fijaros que he separado expresamente la palabra responsabilidad para que caigamos en la cuenta de su verdadero significado: responder a las circunstancias con habilidad, con un sentido práctico (¿Tu actitud ante las dificultades es práctica?), de manera que la respuesta nos sea útil y nos mueva a emprender acciones para cambiar una realidad que no nos gusta. Es como despertar del sueño que nos produce la tranquilidad de no ser responsables. Como en la película, ¡Liberémonos de MATRIX!
Y esta actitud no tiene que ver con ningún sentimiento de culpabilidad, pues aceptar responsabilidad significa abandonar el bando de los buenos, el de tener la razón y el de la tranquilidad paralizante para pensar desde una perspectiva donde se acepta que lo que ha pasado es así, que no podemos hacer nada para cambiar lo que ha pasado y lo que sí depende de nosotros es la actitud con la que nos afrentamos a las circunstancias, lo que me ha de mover a emprender acciones para salir de la situación no deseada. Pongamos un ejemplo.
Supongamos que un alumno tiene que presentar un trabajo importante en una fecha determinada. Es el último día y lo está acabando (qué raro…). Acaba en la madrugada. Sólo le queda imprimirlo. Allá va: lanza el trabajo y, sorpresa ¡a mitad de impresión se estropea la impresora! Primero pasa un tiempo lamentándose de lo desgraciado y la mala suerte que ha tenido. A partir de aquí puede afrontarlo desde dos perspectivas muy diferentes.
En un caso podría pensar cosas como “qué mala suerte, pero claro no es culpa mía que la impresora se haya estropeado. No sé arreglarla, no puedo hacer nada, ya se lo explicaré mañana al profe”. Dicha actitud tranquiliza ya que la persona no es la responsable de que la impresora se haya estropeado. Al no tener la culpa no emprende ninguna acción para salir de la situación no deseada que es que al día siguiente no va a presentar el trabajo.
En el otro caso se enfoca desde la responsabilidad: “Qué mala suerte que he tenido, pero yo quiero presentar el trabajo. Independientemente que yo no tenga que ver con que se haya estropeado la impresora, acepto mi “respons-habilidad” de la situación: ¿qué cosas podría hacer yo para conseguir imprimir el trabajo? Bueno,…. puedo pedirle al vecino de abajo a ver si me deja la suya. También sé que hay un servicio de copistería 24 h en el barrio. ….”
En este ejemplo vemos claramente que aceptar la responsabilidad no tiene que ver con culpabilidad sino más bien con aceptar lo que es, aunque no nos guste, preguntarnos qué es lo que queremos y comprometernos con emprender acciones que nos acerquen a ello. Esto se puede aplicar a cualquier circunstancia de nuestra vida. Y la podemos encarar desde las dos perspectivas. Desde la actitud reactiva o desde la responsabilidad. También hay que decir que esta actitud tiene su lado “oscuro”. Aceptar la responsabilidad nos provoca desasosiego y el emprender acciones significa esfuerzo.
Pudiera ocurrir que haya circunstancias en nuestra vida en la que quizás no estemos dispuestos a realizar estos esfuerzos o pagar el precio que supone salir de una situación insatisfactoria. Pero es muy diferente hacerlo desde la responsabilidad de haber escogido conscientemente esta opción que hacerlo desde el rol de víctima de las circunstancias, desde la actitud reactiva.
Como hemos visto hasta ahora, se nos plantean dos alternativas. Por un lado, podemos reaccionar ante el estímulo y escudarnos en que fueron las circunstancias las que nos empujaron a actuar como lo hicimos, lo que nos convierte en víctimas, en esclavos de las circunstancias. Por el otro lado, actuar desde la responsabilidad supone dejar el rol de víctima y asumir que “tener la razón” o “no tener la culpa” no nos conduce a salir de la situación no deseada. El dilema que se plantea es: tranquilidad siendo esclavos, frente a libertad con desasosiego y esfuerzo.
Para concluir quisiera regresar al ejemplo de la hidra: como seres primitivos que son, no tienen la capacidad de elegir. Sin embargo, nosotros tenemos libre albedrío, aunque a veces nos gustaría no tener este privilegio. Ejemplos de comportamientos más allá de lo que aparentemente obligan las circunstancias los podemos encontrar y de muy conmovedores. Sin embargo no hace falta llevarlo al extremo del heroísmo. Si no nos planteamos nunca que en el fondo siempre podemos elegir, seremos como un barco sin timón, a expensas de los caprichos del viento, a merced de las circunstancias. Ante un hecho que te acontezca y que no sea de tu agrado, qué actitud piensas elegir, ¿la reactiva o la responsable? Recuerda que como persona, eres siempre libre de escoger tu actitud frente las circunstancias y esta capacidad nadie podrá arrebatártela.
La libertad no es poder actuar arbitrariamente sino la capacidad de hacerlo sensatamente. R. Virchow
¡Buen viaje!