Etiquetar a las personas: efectos secundarios.

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Hace unos días he escuchado una notícia que me ha impactado. Unos médicos que estaban en misión humanitaria vacunando de la polio a unos niños en un país de África cuando han sido tiroteados y asesinados. Los autores de la matanza creían que lo que en realidad estaban haciendo los médicos era esterilizar a los niños por lo que decidieron asesinarlos para «protegerlos».

Este es para mí un trágico ejemplo de cómo actúan las creencias y las etiquetas que tenemos sobre las personas. Si creemos ciegamente algo sobre alguien, no importa que sea cierto o no, actuaremos con esa persona de una manera que sea coherente con esa idea que tenemos de ella. Es por esto por lo que en esta entrada quiero hablaros de etiquetar a las personas.

Cuando conocemos a alguien no podemos evitar el impulso por calificarlo de alguna forma. Su aspecto físico, su tono de voz o sus gestos producen una sensación en nosotros y, seguidamente lo clasificamos en una categoría o emitimos un juicio sobre ella: es elegante, simpático, distante, creído, … o cualquier otra cosa. A veces simplemente decidimos que no nos gusta y no somos conscientes del porqué.

Lo primero que me gustaría destacar es que es un impulso imposible de evitar. Emitimos juicios y clasificamos a las personas porque esto nos hace la vida mucho más fácil. Si pensamos que alguien es de una determinada forma podemos hacer una previsión respecto a cómo va actuar en el futuro. Y eso nos permite tomar decisiones sobre si vale la pena hacer algo, o invertir tiempo en esa persona, que sin esa predicción tendríamos que hacer a riesgo de equivocarnos completamente.

Por ejemplo, si creo que una persona no es de fiar, ya no le explicaré ningún secreto, porque preveo que en un futuro, si le explico algo confidencial, lo más probable es que no lo mantenga en secreto. Sin esa etiqueta o juicio, le confiaría ese secreto totalmente a ciegas. Podría ser que resultara ser discreto o todo lo contrario.

Efectos secundarios

Sin embargo, etiquetar tiene un peligro cuando confundimos juicios con hechos. Hay que ser consciente que las etiquetas que ponemos a las personas calificándolas de una determinada forma, son juicios y, como tales, nunca son ciertos o falsos, si no que los juicios están bien o mal fundamentados (¿Saber diferenciar hechos de opiniones?). Esto muchas veces se olvida porque los juicios raras veces se desmienten por la sencilla razón que, al poner etiquetas a las personas actuamos con ellas de una manera que contribuye a potenciar la conducta que pretendemos evitar y que, por lo tanto, nos confirma nuestro diagnóstico. Por lo tanto se convierten en nuestras «verdades incuestionables»

En el ejemplo de antes, si pensamos que alguien no es de fiar, mostraremos hacia esa personas acciones que le demostrarán que no es digna de confianza, por lo que esa persona se mostrará desconfiada hacia nosotros. Así, nuestra etiqueta se verá reforzada con hechos que confirman nuestro diagnóstico. Es por lo que los juicios tienen el efecto de convertirse en profecías que se autocumplen. Este fenómeno también se llama efecto Pigmalión.

El ejemplo más conocido para ilustrarlo es el experimento Rosenthal. En 1966 dos investigadores, Robert Rosenthal y Lenore Jacobson llevaron a cabo un ejercicio consistente en practicar una prueba de inteligencia a niños de los cursos primero a sexto con el falso nombre de “Test de Harvard de Adquisición Conjugada”. Dijeron que la prueba era indicativa de la capacidad intelectual , cuando, en realidad la prueba sólo medía algunas aptitudes no verbales. A los maestros se les dijo que era de esperar que los alumnos que obtuvieran buenos resultados en el test tendrían avances sin precedentes en el transcurso del siguiente año. Lo cierto es que las pruebas no podían predecir tal cosa. Ocho meses después el grupo de los supuestamente aventajados había avanzado intelectualmente más que el resto y el cociente intelectual de los componentes del grupo había aumentado significativamente, sobre todo los de primer y segundo curso. Había una asociación entre la expectativa del profesor y el rendimiento del alumno. 

Revisar las etiquetas: » Si juzgas un libro por la portada te puedes perder una gran historia»

Para poder revisar algo, primero tenemos que ser conscientes que ese algo es revisable. Por lo tanto si pensamos que las personas son de una determinada forma y que nunca cambian, entonces se acabó la historia. Sin embargo, una vez escuché de alguien un comentario que decía lo siguiente.

«La prueba irrefutable que las personas cambian y pueden cambiar es que hay muchas que van a peor»

Y si pueden ir a peor, también pueden cambiar para mejorar. ¿Qué pasaría si las personas pidiéramos cambiar? Quizás no «somos» de una cierta manera sino que «estamos siendo» de esa manera. Sólo cuando aceptamos que esto es posible podemos empezar el proceso de revisión.

Hay que reconocer que este proceso requiere una inversión de tiempo y energía por lo que es importante saber si vale la pena invertir en él.  Los consecuencias de poner etiquetas negativas son mayores si lo hacemos sobre personas que son importantes y valiosas para nosotros, ya sea en el ámbito personal como en el profesional. Pensemos por ejemplo en nuestros hijos, nuestros colaboradores, …Algo que nos puede ayudar a decidirnos a invertir en este proceso de revisión es hacernos la siguiente pregunta ¿Que puertas nos abre y cuáles nos cierra el hecho de etiquetar de una cierta forma una persona?

Por ejemplo, si pienso que mi hijo es un patoso ¿qué posibilidades de interactuar con él me está cerrando esta etiqueta? ¿Lo es en todos los campos?. ¿Qué es para mi ser patoso? ¿Cómo puede influenciarle esa etiqueta que yo tengo sobre él? O si pienso que un colaborador en el trabajo es un inútil, ¿qué puertas estoy cerrando? ¿Cómo podría afectar esa etiqueta en su comportamiento? ¿Estaría dispuesto a revisar esa etiqueta para poder abrir alguna posibilidad? Lo cierto es que hay personas que «no funcionan» en un determinado entorno y, en cambio, parecen una persona totalmente diferente bajo otras circunstancias. ¿Podría ser el efecto de las «etiquetas»?

Revisar etiquetas supone revisar juicios y en otros post ya he explicado cual es el proceso para hacerlo. Os recuerdo, sólo a modo de resumen, cuales son los pasos:

  1. La acción que proyectamos hacia el futuro cuando lo emitimos, es decir, qué puertas cerramos al emitir ese juicio.
  2. Los estándares sostenidos en relación a la acción futura proyectada. ¿Qué estándar o «barra de medir» utilizamos para emitir ese juicio?
  3. El dominio de observación dentro del cual se emite ” el juicio: ¿ese juicio puede cambiar en función de otros ámbitos, ambientes o circunstancias?
  4. Las afirmaciones que proporcionamos respecto de los estándares sostenidos. Listado de hechos observables que sostienen el juicio
  5. El hecho de que no encontramos fundamento suficiente para sustentar el juicio contrario: si formulamos el juicio contrario, ¿podemos encontrar también hechos que permitan sostener precisamente lo contrario?

Podéis leer este artículo que lo explica en detalle (Cómo se fundamenta un juicio).

Beneficios

Si ya hemos visto que las etiquetas que ponemos pueden tener un impacto en las personas, lo que podemos hacer es utilizar el «Efecto pigmalion» en nuestro favor, como en el caso del experimento Rosenthal. ¿Qué pasaría si tuviéramos expectativas positivas sobre nuestros hijos, sobre nuestros vecinos, sobre nuestros colaboradores? ¿Qué haríamos diferente? ¿Cómo creéis que esa manera diferente de actuar podría impactar sobre ellos? ¿Qué pasaría si confiáis más en alguien de lo que es capaz de confiar en sí misma?

Conclusión

Como personas tenemos diferentes roles en nuestra vida: madres/padres, profesores, responsables de equipos,….y hemos visto que  las etiquetas que nosotros tenemos con respecto a esas personas pueden tener un impacto sobre ellas. No se trata de cuestionarselo todo continuamente porque ya hemos visto que etiquetar es algo necesario y que cumple con una función positiva. Lo que sí que creo que vale la pena es pararse a reflexionar para darnos cuenta que nuestros juicios no son verdades absolutas, para valorar el impacto que pueden tener y para  decidir si vale o no la pena revisar nuestros juicios sobre las personas.

¡Buen viaje!

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