El otro día estaba en un museo mirando un montaje sobre los glaciares a lo largo de la historia de la tierra. En su avance erosionan el terreno, modifican paisajes y crean valles en forma de U. De hecho ya sabía que tienen movimiento pero me llamó mucho la atención el poder transformador de algo tan lento como una masa de hielo desplazándose entre las montañas.
La cuestión es que esto me ha hecho pensar sobre el hecho que cada cosa tiene su propio «tempo» o ritmo y que para evaluar los resultados ayuda el tener claro cuál es ese ritmo. Permíteme que me explique mejor. Si quiero valorar la transformación que produce un glaciar, tengo que tomar una escala temporal de cientos o miles de años, que es muy diferente a la que estoy acostumbrado a utilizar. De hecho, los estudiosos dicen que los glaciares tienen un «ritmo geológico» para indicar que los cambios en geología se producen en la escala de los miles de años. Así que no tendría mucho sentido evaluar el cambio teniendo en cuenta sólo un año, aunque a mi pueda parecerme mucho tiempo.
Así que cada sistema tiene su propio «tempo» o ritmo y saber leerlo puede ser de gran importancia cuando quiera producir algún cambio sobre él. Pretender modificar algo por encima de su ritmo natural puede provocar un desgaste de energía que me haga abandonar, quemado por haber invertido una gran cantidad de energía sin obtener ningún resultado. Hay un dicho en castellano que refleja esta idea:
No por mucho madrugar amanece más temprano.
Permíteme que te ponga otro ejemplo para explicar esta última idea. ¿Alguna vez has visto cómo se amarra un barco en un puerto? Un barco puede ser algo muy pesado y, por lo tanto con mucha inercia. Acercarlo al muelle para amarrarlo puede ser muy fácil o imposible, todo depende de la habilidad del marinero. Me explico mejor.
Una sola persona puede amarrar un barco pequeño, si aplica una fuerza adecuada y que sea constante. La clave está ahí, en el ritmo más que en la intensidad. Si el marinero aplicara la misma cantidad de esfuerzo o uno muy superior pero en tan sólo unos pocos segundos, no conseguiría que el barco se moviera lo más mínimo. Pero el marinero sabe cuál es el ritmo que requiere la maniobra y actúa conforme a él, sin violentarlo ni pretender que sea diferente. Así es como consigue acercar el barco empleando el esfuerzo justo y necesario.
¿Qué ocurre cuando quiero realizar un cambio en mi vida, o en mi vecindario, o en mi empresa? Mi vecindario tiene un ritmo de cambio natural que puede ser distinto al de mi empresa, y muy distinto al que ritmo de cambios que puedo asumir yo mismo. Así que si deseo cambiar sería bueno conocer cual es el ritmo de cambio natural del sistema que deseo cambiar. Si pretendo ir demasiado deprisa lo único que conseguiré es derrochar energía sin conseguir ningún resultado, de la misma forma que le ocurriría a un marinero inexperto. Así que puede resultar crítico evaluar el ritmo de cambio y aplicar la fuerza justa al ritmo adecuado.
Supongo que podrías preguntarte, ¿qué ocurre si el ritmo de cambio natural no es el que yo quiero o necesito? ¿Debo renunciar al cambio? Yo creo que no. Te lanzaré dos ideas a ver qué te parecen. Para explicarlas te propongo continuar con la misma metáfora.
¿Podría haber otra forma de acelerar la maniobra de atraque? Vamos a ver, si el barco fuera más pequeño o aligero su carga y aplico la misma fuerza al mismo ritmo, la maniobra se acelerará, simplemente porque la masa es menor: leyes de la física. Así que, si quiero acelerar el ritmo de cambio de un sistema y no tengo más energía disponible, lo que puedo hacer es modificarlo para que sea menos resistente al cambio. Así, que puede ser útil pensar cómo configurar los elementos del sistema de una forma que favorezcan la maniobra. Ésta es la primera idea. Vayamos a la segunda.
¿Podría cambiar la velocidad de la maniobra del atraque sin modificar, ni las características del barco, ni su carga, ni la cantidad de fuerza a aplicar, ni el «tempo» o ritmo con que aplico ese esfuerzo? Si soy capaz de utilizar algún útil o herramienta que multiplique la fuerza que aplico entonces acercaré el barco más rápidamente. Así que ya tengo otro elemento que puede acelerar el proceso del cambio: disponer de herramientas y técnicas adecuadas que actúen a modo de multiplicador de mis energías.
Factores que influyen en la velocidad de cambio
Podemos hacer un resumen con lo que hemos visto hasta ahora. Para cambiar un sistema, parece conveniente conocer cuál es el ritmo de cambio o «tempo» del sistema. Esto es fundamental si quiero preservar mi energía o no quiero quemarme. En caso que el «tempo» no sea el aceptable o quiera acelerarlo entonces se puede pensar en otros factores que pueden actuar como un acelerador:
1.- Modificar el sistema para hacerlo menos resistente al cambio. De lo que se trata es de estudiar cuales son los elementos del sistema que favorecen el cambio deseado, los que lo impiden y los que son inocuos y conseguir una configuración diferente que haga el sistema más favorable a aquello que quiero conseguir.
Primero se trataría de averiguar qué es aquello esencial del sistema que no se puede perder en el cambio. Así que antes de tocar nada se trata de indagar sobre aquello que no se puede cambiar sin que se pierda la esencia del sistema. No sea que empiece queriendo amarrar un velero y acabe con una zodiak 😉
Luego puedo buscar maneras de potenciar y cuidar los elementos facilitadores y escuchar los elementos que se resisten. Cuando dicen que no al cambio están diciendo que sí a otras cosas. Se trata de averiguar a qué cosas dicen sí cuando dicen no. También puedo ver si los elementos inocuos se pueden transformar en potenciadores.
Ya sé que este tema es muy complejo y lo que digo puede parecer muy superficial. Sin embargo no quería dejar de mencionarlo, aunque sólo sea de pasada, como algo a tener en cuenta.
2.- Utilizar herramientas que multipliquen el esfuerzo. De lo que se trata es de buscar qué tecnologías o metodologías de cambio son las más adecuadas para que produzcan un efecto multiplicador de los esfuerzos empleados. La pregunta que puedo hacerme es: la herramienta, terapia o metodología de cambio, ¿es adecuada para el sistema que quiero cambiar? Porque una tecnología puede ser muy eficaz en un entorno y no serlo tanto, o incluso puede ser perjudicial, en otro. Así que vale la pena dedicarle un tiempo a pensar sobre ello.
Conclusiones
En este artículo he querido hacer alguna reflexión sobre dos cosas. La primera es que, la única cosa que no cambia es que todo cambia, aunque a veces a mi no me lo parezca. Las personas y los sistemas evolucionan aunque yo no quiera o aunque yo no haga nada para que cambien. Y la segunda, que los sistemas y las personas tienen su propio ritmo de cambio.
En consecuencia, si quiero producir un cambio en la dirección que yo desee, deberé evaluar qué esfuerzo estoy dispuesto a aplicar y sobre todo, con qué ritmo y constancia voy a tener que aplicarlo para que produzca un resultado óptimo. Si me olvido del factor «tempo» puede que todos mis esfuerzos sean totalmente inútiles. Finalmente he dado algunas pinceladas sobre algunos de los factores que pueden modificar el ritmo de cambio de un sistema.
Para acabar una última cosa. ¿Qué ocurre si lo que deseo cambiar tuviera un ritmo geológico? ¿Y si no encontrara ningún «acelerador del cambio» lo suficientemente eficaz? ¿Debo renunciar al cambio? ¿A veces no tienes la sensación de estar sembrando en el desierto? Lo que se me ocurre para responderte a estas preguntas es el texto de un médico tunecino, Moncef Marzouki, comprometido con promover cambios en su país. Habla del tempo y también de sembrar en el desierto. Espero que al menos, sea tan inspirador como lo es para mi.
¡Buen viaje!
Tengo dos técnicas para mantener una actitud psicológica positiva. La primera es que me digo que el tiempo geológico no es el tiempo de las civilizaciones, que el tiempo de las civilizaciones no es el de los regímenes políticos y que el tiempo de los regímenes no es el de los hombres. Hay que aceptarlo. Si me comprometo en el proyecto de transformar Túnez, con quince siglos de antigüedad, no voy a transformarla en veinte años. Debo aceptar por tanto los plazos del tiempo largo. Y a partir de ahí, no me desanimo, porque mi horizonte no consiste en los próximos seis meses o en la próxima elección presidencial: es el de los próximos cien años, que yo no veré, como es evidente. »
«Y la otra técnica proviene del hecho que soy un hombre del sur. Vengo del desierto y vi a mi abuelo sembrar en el desierto. No sé si usted sabe lo que es sembrar en el desierto. Siembra en una tierra árida y luego espera. Si cae la lluvia, recolecta. No sé si usted ha visto el desierto después de la lluvia, ¡es como la Bretaña!. Un día, usted camina sobre una tierra completamente quemada, luego llueve y lo que sigue uno se pregunta cómo ha podido producirse: hay flores, verdor…Todo simplemente porque las semillas ya estaban ahí…Esta imagen me marcó de verdad cuando era niño. Y, en consecuencia, ¡hay que sembrar! ¡Incluso en el desierto, hay que sembrar! »
« Y es de esta manera que veo mi trabajo. Siembro y si mañana llueve, está bien, y si no, al menos las semillas están ahí, porque ¿qué va a pasar si no siembro? ¿Sobre qué caerá la lluvia? ¿Qué es lo que va a crecer, piedras? Es la actitud que adopto: sembrar en el desierto…
Moncef Marzouky
Mayo 2010
P.D. Gràcies Maika (@AnemosC) per enviar-me aquest text tant inspirador