Durante mucho tiempo he podido comprobar personalmente la utilidad y efectividad que supone fijarse objetivos. He estudiado y probado infinidad de técnicas, algunas veces con éxito y otras veces con resultados más bien pobres. Sin embargo, he llegado a la conclusión que la capacidad de hacer planes y el compromiso para llevar a cabo lo planeado es fundamental para tener la sensación que controlamos nuestras vidas y que no somos unas simples marionetas a merced de las circunstancias de la vida. Y cuando uno descubre algo que funciona y piensa que puede ser muy valioso para el progreso de las personas se entusiasma y tiene la tendencia a pensar que es lo único que funciona.
Durante mucho tiempo este ha sido el paradigma en el que he vivido: fijarme objetivos alineados con lo que entiendo que es misión en este mundo, y hacer planes para alcanzarlos. Y como en todas las cosas, la única manera de aprender es hacerlo, equivocarse, y volver a intentarlo. Llegados a este punto, supongo que alguno de vosotros se podría preguntar: bueno, ¿Y cuál es el problema?
El descubrimiento que me hizo tambalear este planteamiento es la filosofía del vivir en el aquí y el ahora, el vivir el momento presente como algo único y no entenderlo como un medio para conseguir algo en el futuro. Es un planteamiento totalmente contrario, a menos en apariencia, a la aproximación de fijarse objetivos y luchar por ellos como algo que nos acerca a la felicidad como personas. Efectivamente, si nos centramos en el momento presente como algo con valor propio, sin pretender hacer de él un medio para conseguir algo más, experimentamos una paz y un deleite difícilmente imaginable hasta que no se prueba. Es lo que está en la base de la meditación y de las filosofías orientales. Estos planteamientos establecen que hay que desapegarse de los deseos y fluir únicamente del momento presente. Vivir el aquí y el ahora como fuente de paz y equilibrio. Esta línea de pensamiento parece que se hace incompatible con la idea de vivir la vida con unos objetivos claros en mente. Parece como si el tener objetivos sea incompatible con todo esto. ¿Sería posible compaginar los dos mundos? ¿Podríamos tener objetivos sin que ello supusiera renunciar a la paz y el equilibrio que proporciona vivir el momento presente? La clave la encontré al leer la siguiente cita:
«Plantea tu vida como si fueras a vivir eternamente, vívela como si sólo fueras a vivir este día.»
¡Eureka! No son conceptos incompatibles sino que de hecho son conceptos interdependientes, vamos, que para que la filosofía de fijarse objetivos sirva verdaderamente para el progreso humano debe vivirse desde la óptica de vivir al momento presente. Si no se hace desde ese lugar, pierde gran parte de su valor. Me explico.
La existencia de un objetivo que habita en el futuro tiene un efecto sobre el momento presente pues le proporciona un sentido, una razón de ser. Y precisamente eso facilita que nos podamos entregar en cuerpo y alma al momento presente. Y curiosamente, cuando estamos entregados a una tarea al cien por cien hace que nos olvidemos de ese «para qué» que nos sirvió como una motivación para iniciarla. Y la tarea cobra un nuevo sentido, pues ya es válida por sí misma. Y en estas circunstancias es cuando entramos en el círculo virtuoso según el cual estamos viviendo en el aquí y el ahora, y al mismo tiempo, la acción se encuadra dentro del marco del objetivo que nos habíamos fijado.
Tener un objetivo sirve para marcar el rumbo de la nave que nos llevará al destino deseado. Y una vez hecho esto, uno se abandona al simple placer de navegar, viviendo el momento presente que, por cierto, es lo único que existe. Y de vez en cuando, conviene echar un vistazo a nuestros instrumentos de navegación para comprobar si nos acercamos al objetivo marcado y para hacer los cambios que hagan falta. Y después, otra vez a disfrutar del simple hecho de navegar.
Y en cada escala comprobaremos si hemos llegado a nuestro destino ansiado. Si es así podremos disfrutar y celebrar también ese momento. Y si no, quedaremos extrañamente tranquilos, para que, seguidamente, nos fijemos la siguiente escala de nuestro viaje.
Y al volver la vista atrás, podremos estar satisfechos por haber disfrutado de la vida, y de haber creado abundancia a nuestro alrededor. Y es entonces cuando entenderemos porqué marcarnos objetivos y emprender acciones para alcanzarlos es una condición necesaria pero no suficiente para gozar de una vida plena.
¡Buen viaje!