Está de moda hablar de cambio y muy poca gente se atreve a decir que no es partidaria de él. Incluso muchos de nosotros podemos llegar a ser promotores del cambio. Vemos alguna cosa que se puede cambiar para ser mejorada. O bien, en una situación conflictiva con otra persona vemos claramente que para el asunto se desencalle, la otra persona debe cambiar alguna cosa.
La cuestión ya no parece tan obvia cuando el que debe cambiar es uno mismo, porque, como dice el título del artículo, la gente, más que resistirse al cambio se resiste a ser cambiada. El cambio supone abandonar “parte de nosotros”, pues creemos que perdemos parte de nuestra indetidad, y no digamos ya, si lo que estamos defendiendo es una postura que ha tenido un coste emocional muy elevado para nosotros. ¿Qué pasaría si no tuviéramos razón y el otro sí? ¿Seríamos menos que antes? El que debe cambiar siempre es el otro y claro, el conflicto y la resistencia está asegurada.
Lo que ocurre es que, como nosotros no cambiamos (“nada más faltaría, si tengo toda la razón del mundo”) y el otro tampoco lo hace (aunque nos parezca imposible, por supuesto tiene también poderosísimas razones para no hacerlo) la situación se queda en la situación en la que estaba. Uno empuja hacia una parte y el otro hacia la suya. Y cuanto más empuja cada uno hacia su posición, más distantes están las posturas. Y quedamos atrapados en este ciclo que lleva a la ecuación que dice “más de lo mismo es igual a lo mismo al cuadrado”. Vemos que lejos de arreglarlo se complica todavía más pero no sabemos cómo salir de esto ¿qué podríamos hacer?
Lo que puede funcionar de una manera lógica en otros ámbitos no lo es en absoluto cuando se trata de temas de relación entre personas. Hay que aplicar otras reglas, otros paradigmas, puesto que los que estamos acostumbrados a aplicar no funcionan. Así pues, la manera de vencer la resistencia no es pues tirar con más fuerza sino aflojar, que es exactamente lo contrario de lo que “nos pide el cuerpo”. ¿Cómo podemos vencer la tendencia natural a oponernos y hacer algo que a priori puede parece una “locura”?
A mi entender, lo primero que debemos hacer es darnos mucha empatía a nosotros mismos. Y eso se consigue preguntándonos cómo nos sentimos al respecto de la situación que estamos viviendo. Quizás no estés muy acostumbrado a investigar sobre lo que estás sintiendo y sobre qué necesidad básica no se está viendo satisfecha en el conflicto en el que puedas estar. Y me refiero a cosas del tipo como la seguridad personal, libertad, necesidades relacionales como el sentido de pertenencia, el de contacto, la empatía.,…Necesidades como la de coherencia, respeto, integridad, realización personal, de sentido o de celebración (podéis consultar http://www.asociacioncomunicacionnoviolenta.org/archivos/necesidadescastellano.pdf). Busca y reconócelo como algo que es muy importante para ti, y sé testigo del hecho que no estén satisfechas te puedan producir un sentimiento de rabia, tristeza, dolor, miedo, confusión, preocupación, vergüenza…. Permítete sentirlo, porque realmente es algo que es muy importante para ti y que no se está viendo satisfecho. Y sólo si somos capaces de tener esta valentía, de permitirnos sentir lo que es, lo podremos trascender. No se trata de suprimir el sentimiento sino de aceptarlo para de este modo poder transformarlo.
Una vez hecho este trabajo personal estaremos en disposición de poder ver la postura de la otra persona de otro modo sin que ello suponga que nos pongamos ni por encima del otro ni en un nivel inferior. Simplemente, los dos estáis al mismo nivel y sois igual de importantes. Y en este momento, al reconocer al otro como alguien legítimo, esa tendencia de alejarnos del otro se afloja, y podemos empezar a sentir la necesidad de acercarnos para conocer cuáles podrían ser sus necesidades tan legítimas como las nuestras.
Y al hacer esto, lo que estamos haciendo sin darnos cuenta es cambiar algo en nosotros que hace que hagamos cosas diferentes. Y al cambiar nuestro comportamiento estamos dando permiso al otro para cambiar el suyo. El paradigma de dejar de tirar contra el otro permite iniciar el proceso de acercamiento de posturas. Y entramos en el ciclo virtuoso que nos permite salir de la dinámica perversa en la que habíamos entrado. Cuando nos olvidamos de tener la razón es cuando podemos empezar a conseguir aquello que queremos. Como dice M. Rosemberg “puedes tener razón o ser feliz pero no es posible las dos cosas a la vez”.
Relacionado con esto, permitidme que os explique algo que me pasó no hace mucho. Estaba con mi hija pequeña esperando en un paso de peatones a que se pusiera en semáforo en verde. Y cuando lo hizo, mi hija se dispuso a cruzar la calle inmediatamente, sin mirar. Yo la paré y le dije ¿Qué haces. “Está verde, por eso paso “– me dijo. ¿Y lo haces sin mirar antes si pasa un coche? Pues claro, está verde, me volvió a repetir. Entonces yo le dije: Si ahora viniera un coche distraído y se salta el semáforo en rojo, ¿de que te servirá tener la razón? Efectivamente tu pasarías en verde y el otro se habría saltado el semáforo en rojo pero el resultado es que te habrían atropellado, ¿verdad?
¿Cuántas veces nos instalamos en mantener nuestra razón a toda costa, aunque sea a pesar de lo que realmente queremos? En el caso del semáforo, ¿qué es más importante, tener razón o mantener nuestra integridad física? ¿Cuántas veces el cambiar algo en nuestro comportamiento nos podría quitar la razón pero nos podría acercar a lo que más deseamos en realidad –paz, tranquilidad, felicidad, …?
Gandhi tenía una frase muy apropiada para esto: “Sé el cambio que quieres ver en el mundo”. Desde luego, como las cosas realmente potentes, son sencillas de decir pero difíciles de llevar a cabo. ¿Quién dijo que la vida había de ser algo fácil?
¡¡Buen Viaje!!