¿Es lo mismo un problema que un reto?

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teneis un problemaLa frase «tengo un problema» es algo muy corriente. Se expresa en nuestra vida cotidiana cuando actividades que realizamos de forma habitual se interrumpen. Por ejemplo, vamos en coche y pinchamos la rueda.

Los problemas también aparecen en el camino que nos lleva a la consecución de nuestros objetivos. Queremos conseguir algo y los problemas nos dificultan su consecución.

El objetivo de este artículo es explicar cual puede ser una actitud que nos ayude a ser más eficaces a la hora de gestionarlos. Y para empezar, vamos a tratar de ver lo que nos pasa cuando surge el problema y veremos que puede tratarse de un proceso que tiene varias fases.

La primera la podemos llamar la fase de duelo que se traduce en una serie de diálogos internos respecto a lo sucedido. Cada historia es personal y diferente. Veamos algunos ejemplos:

– ¡Qué mala suerte! ¿Porqué me tenía que pasar a mi? ¡Que pase esto justo en este momento! Si hubiera hecho eso diferente…

Es muy importante tener en cuenta que el estado de ánimo me predispone a ver lo que ha sucedido de una cierta forma. Para poner un ejemplo, cuando he pinchado la rueda, puedo pensar cosas como:

– Todo lo malo me pasa a mi, soy un desgraciado.

Todo esto son juicios sobre la situación, cuentos que nos contamos y, como tales, no son ni verdad ni mentira. Son sólo eso, opiniones sobre lo que nos ha pasado y que están claramente influenciados por nuestro estado de ánimo. Y ya sabemos que no conviene confundir hechos con opiniones.

El otro aspecto importante que quiero destacar es que intentar pasar por alto esta fase o pasar por ella más rápido de lo necesario puede ser un error porque impide la aceptación de lo sucedido. Recordemos que aceptar no es rendirse sino que al contrario de lo que parece, nos permite afrontar la dificultad con mucha más flexibilidad. Sino transformamos ese dolor, rabia o rechazo en aceptación pueden ocurrir dos cosas. Nos podemos quedar en la queja y el dolor permanente y con eso hay que tener mucho cuidado porque hay gente tan acostumbrada a ello que se han hecho adictos a esa sensación y cuando les sucede un problema se quedan sin hacer nada más que lamentarse. Lo otro que puede ocurrirnos es que actuemos con resentimiento (El resentimiento la emoción del esclavo) por lo que todo lo que hagamos se hará desde la rabia y el enfado.

Para mi la clave para hacer este paso está en permitirnos sentir lo que sentimos ya que los sentimientos son señales de alarma que nos indican que hay una necesidad básica no atendida y que reclama nuestra atención. A mi me recuerda un poco el mecanismo de la fiebre. El cuerpo sube la temperatura corporal como mecanismo de defensa ante una infección. La fiebre no es que sea «mala» sino que es el síntoma que ayuda a combatir la infección y que nos avisa que hay algo que va mal. Sentirnos decepcionados o absolutamente devastados por algo que nos ha sucedido no es algo que se deba corregir sino que se puede sentir en toda su plenitud porque hay una necesidad básica que es muy importante para nosotros que no está satisfecha y que reclama nuestra atención. El tiempo en el que estaremos en esta fase depende mucho de las circunstancias y de cada persona y sólo cuando veamos que somos capaces de aceptar la tristeza por lo sucedido con serenidad entonces pasaremos de una forma natural a la siguiente fase.

La segunda fase surge cuando uno se hace la siguiente pregunta ¿y ahora, qué? Es sólo entonces cuando hemos entendido que lo que ha sucedido simplemente es, independientemente de lo que nosotros pensemos o sintamos. Nos damos cuenta que la realidad, a parte de ser tozuda, le trae sin cuidado lo que pensemos acerca de ella. Esta pregunta nos revela que asumimos lo sucedido como algo propio. Entonces recordamos cual era nuestro objetivo. En el ejemplo del pinchazo, ¿a dónde íbamos en el momento que la dificultad surgió? Ahí empezamos a pensar en cosas que nos ayudarían a minimizar el impacto de lo sucedido. Por ejemplo se nos ocurre que podemos llamar a la persona que nos esperaba para anular la cita y nos ponemos a reparar el pinchazo o pedir ayuda para arreglarlo. Hemos abandonado el rol de víctimas y nos convertimos en protagonistas de lo sucedido.

Cuando las dificultades surgen en el camino hacia un objetivo es algo similar. Después de pasar por la etapa de decepción surge el ¿y ahora qué?. Es el momento de revisitar el compromiso con nuestro objetivo. ¿Cual es la dificultad y cual es el nivel de compromiso con nuestro objetivo? Si estamos muy comprometidos entonces la dificultad no es un obstáculo sino una referencia (¿Tienes una actitud práctica ante las dificultades?) porque es lo que nos ayuda a saber que es lo que nos está faltando para llegar a conseguir nuestro objetivo. Es por ello que decimos que el problema se convierte en reto. En cambio si hay muy poco o ningún compromiso, cualquier dificultad significará un obstáculo insalvable. Y con los compromisos sólo podemos hacer tres cosas: renovarlos, cancelarlos o renegociarlos.

Resumen y conclusiones

La primera conclusión es que las dificultades y los problemas son parte inherente de la vida. Por lo tanto, el que tenga habilidad en gestionarlas será mucho más eficaz en su vida personal y profesional.

La segunda es que, ante una dificultad, podemos pasar por dos fases: la de duelo nos permite entender que la realidad está independientemente de los que pensemos y sintamos respecto a ella. También hemos visto que aceptar no es lo mismo que rendirse.

Finalmente decir que la fase que marca la diferencia es la del «¿Y ahora qué?» y a la que llegamos después de haber aceptado la situación. Cuando hacemos balance entre la dificultad encontrada y la comparamos con nuestro compromiso con el objetivo hace que convirtamos nuestros problemas en retos.

Problema o reto son dos significados de la misma cosa. Sin embargo vivirlo de una manera u otra hace que las cosas que hagamos sean radicalmente diferentes y, por lo tanto, los resultados que obtengamos también lo sean, ¿verdad?

¡Buen viaje!

 

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