Hoy quiero quiero empezar este post explicando el experimento que efectuó el psicólogo de la Univeridad de Yale, Stanley Milgram en el año 1962 y en el que participaron más de mil personas de entre 20 a 50 años. Eran ciudadanos corrientes mayoritariamente hombres. La esencia del experimento consistía en explicar a los participantes que los científicos querían ayudar a mejorar la memoria en las personas haciendo un experimento: el participante haría de maestro y habría un aprendiz. Cuando el aprendiz hiciera algo bien, perfecto, pero en caso contrario aplicaría una descarga eléctrica porque lo que se quería saber es si este método servía para mejorar la memoria. Así los participantes en el experimento creían que hacían algo bueno porque “la ciencia quiere ayudar a mejorar”.
La primera descarga que se aplicaba al aprendiz, que en realidad era un actor, era de 15 voltios y los incrementos eran de 15 voltios: 15, 30, 45, …. Al llegar a 100 el actor que hacía de aprendiz empezaba a gritar desde la otra habitación cosas como “¡Lo dejo, no puedo más!”. Entonces el participante en el experimento que hacía de maestro preguntaba.
– ¿Quien se responsabiliza de esto?
– Yo soy el experto. Tienes que continuar – le decía una persona con bata blanca que supervisaba el experimento.
El aprendiz gritaba y gritaba (recordemos que era un actor que estaba interpretando su papel porque las descargas en realidad nunca se aplicaban). Así hasta los 200 voltios. Si hacéis la división me sale que el “maestro” tuvo que aplicar el procedimiento 13 veces para llegar a ese voltaje que no mata pero puede dejar inconsciente a una persona. Al llegar a los 175 voltios se oía un grito y luego un silencio.
– Señor, algo va mal – decía el que aplicaba las descargas.
– Tienes que continuar – decía el señor de la bata blanca.
Milgram preguntó a psiquiatras de EEUU qué porcentaje de personas llegarían a aplicar 450 voltios, voltaje que puede causar la muerte. Le contestaron que sólo el 1%, es decir, sólo los sádicos. El resultado del experimento que realizó Milgram fue que 2 de cada 3 personas llegaron hasta el final. ¡Incluso si el otro chillaba decía que tenía problemas de corazón!
Este experimento lleva a hacer muchas reflexiones. Yo quisiera resaltar las siguientes:
La primera, las personas no “somos” de una determinada forma. No somos algo estático e inquebrantable. Personas que podríamos etiquetar como “buenas”, en determinadas circunstancias, pueden llegar a cometer actos como los relatados en el experimento. Y también puede ocurrir lo contrario: persona que podemos etiquetar como «malas» pueden hacer actos heróicos. (Podéis ver la entrada Etiquetar a las personas: efectos secundarios que habla de poner etiquetas). Las circunstancias pueden ejercer una influencia notable sobre el comportamiento de las personas.
Sin embargo, esto no nos puede servir de disculpa y es lo que me lleva a la segunda reflexión: a pesar de la presión del señor «de la bata blanca» que daba órdenes para continuar el experimento hubo gente que no obedeció por considerarlo contrario a sus principios. No importó que la finalidad del experimento fuera «buena» o que el «experto» dijera que él sabía lo que había que hacer. Por lo tanto sí que había elección aunque pareciera que no fuera así.
Es por ello que pienso que en ocasiones, actuamos diciendo que no tenemos elección, o bien que estamos obligados a hacer una determinada cosa, cuando en realidad sí que tenemos opciones. Veamos algunos ejemplos cotidianos para ilustrar qué es lo que quiero decir.
– No quiero ir a trabajar pero tengo que ir. No hay elección. Es una obligación.
¿De verdad piensas que no tienes elección? ¿Quién te obliga a ir a trabajar? Supongo que la respuesta a esto puede ser:
– Si no voy a trabajar sin razón me despedirán, y con los tiempos que corren, mejor que no haga tonterías. Y si me quedo sin trabajo no cobro. Y si no cobro no puedo pagar la hipoteca/alquiler y el resto de facturas. Así que sí que tengo que ir a trabajar.
Sigo pensando que es una manera de explicarlo en la que esconde que realmente sí que estamos eligiendo. Eliges ir a trabajar porque valoras mucho el dinero que ganas y que te permite pagar tu vivienda y el resto de tus facturas. Es más, lo valoras por encima de lo que te supone el ir a trabajar. Aunque no nos guste reconocerlo, en el fondo estás eligiendo, ¿no?.
Otro ejemplo.
– Le contesto mal porque él lo ha hecho primero conmigo.
De nuevo se expresa como si no tuviéramos elección. A pesar de que te haya contestado mal, puedes elegir no hacerlo. Seguro que tiene que haber alguna buena razón para no querer contestarle. ¿Te has preguntado alguna vez para qué has hecho lo que has hecho? ¿Qué intención positiva o qué es lo que estás buscando que es bueno para ti cuando no quieres contestarle? Y sabiendo esto, ¿Harías alguna cosa diferente? Si continúas pensando lo mismo, entonces tu acción está tomada des de la libertad, desde la responsabilidad de tus actos. Te comportas como una persona libre. Sin embargo, si tu acción “contestarle mal”, viene del hecho que simplemente “él antes lo ha hecho primero”, entonces es una reacción, una acto de un esclavo de las circunstancias y no una respuesta responsable. (Podéis leer los artículos Estímulo y reacción y Diferencia entre causa y estímulo: cómo gestionar mejor nuestras emociones, que están relacionados con esto)
Cuando explicamos nuestras acciones diciendo que no podemos elegir, lo que hacemos es elegir el rol de víctimas. Nos convertimos en víctimas de las circunstancias, de lo que hace la gente, …. y por lo tanto no nos hacemos cargo de lo que pasa con nosotros. Y esto nos puede tranquilizar anímicamente pero nos deja sin margen de maniobra, sin libertad.
Es como en el experimento de Milgram. Si podemos huir de la responsabilidad de nuestros actos porque alguien o algo nos “obliga”, entonces podemos actuar sin tener que pensar en las consecuencias de lo que hacemos. Pero en este caso somos marionetas en manos de los demás o de las circunstancias, que pueden hacer lo que quieran con nosotros.
La clave creo que está en hacernos conscientes de cuales son nuestras elecciones cuando aparentemente actuamos «sin elección». ¿Cuántas cosas decimos en nuestro día a día que expresan la idea que no tenemos elección? ¿Cómo se podrían expresar desde lo que estamos eligiendo cuando hacemos lo que supuestamente estamos obligados a hacer? ¿Con qué energía hacemos algo cuando ya nos nos obligan, sino que libremente escogemos hacerlo? No elegir y esconderse detrás de las falsas obligaciones es una ilusión. El no elegir es ya una elección que tiene sus consecuencias.
Por último, aquí tenéis un link al programa Redes de Eduard Punset que habla precisamente de este experimento. Es muy recomendable: -> Redes: la pendiente resbaladiza de la maldad
¡Buen Viaje!