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En multitud de ocasiones nos decimos la frase «Tengo un problema» y nos nos quedamos ahí, quejándonos y lamentándonos de lo que nos ha ocurrido, dando vueltas en círculo una y otra vez. ¿Tenemos alguna otra opción? ¿Podemos cambiar nuestra relación o nuestra actitud frente a los problemas? En este artículo vamos a tratar sobre ello.

Lo primero que podemos investigar es sobre qué es un problema. Hay múltiples definiciones en función del ámbito al que se refiera. Nosotros lo vamos a entender desde la perspectiva filosófica:

En filosofía es lo que pertenece o se juzga bajo el punto de vista de la contingencia; es decir la posibilidad e imposibilidad de las situaciones y cosas. Lo que puede generar inquietud o perturbar la paz o existencia de quien lo tiene en su conciencia.

En otras palabras, el problema es aquello que nos impide alcanzar lo que queremos. ¿Y qué es lo que ocurre cuando se nos plantea un problema? Pues que nos empezamos a contar una historia al respecto.

Pongamos un ejemplo. Supongamos que salgo a pasear por la montaña. A medio camino estalla una tormenta y yo no llevo chubasquero. ¿Qué historia nos explicamos? Pues, por ejemplo, “Siempre llevo un chubasquero y no llueve nunca, y hoy precisamente que lo saco de la mochila se pone a llover, con el día que hacía cuando he salido… ¡qué mala suerte que tengo!”

Sin embargo otra persona podría contarse otra cosa, por ejemplo “Voy a buscar un lugar para resguardarme. Es una tormenta que seguro no durará mucho…”

Y también sería posible que alguien se dijera “Ya que no llevo chubasquero, ¡voy a disfrutar de la sensación de mojarme la cara con las gotas de la lluvia¡

Viendo que hay diferentes interpretaciones para el mismo hecho podríamos decir que el problema, en sí mismo, no existe si no que más bien son las personas que tienen problemas.

Otro ejemplo que se me ocurre es algo que me pasó a mí hace unos años. Estábamos pasando por un período de sequía muy severo. Pues bien, estaba en el descanso de un presentación y salí con los asistentes al tomar un café que habían preparado en un jardín al lado de la sala en la que se realizaba la presentación. Recién llegados y sin tiempo para tomar el café empezó a caer una fuerte lluvia. Y la gente exclamó: “¡qué bien, por fin llueve¡” Y me llamó mucha la atención que estuviéramos diciendo esto cuando nos estaba fastidiando el café. Este mismo hecho, en cualquier otro momento hubiera tenido una explicación completamente diferente.

Lo cual nos hace pensar que el problema, más que ser algo objetivable, que está fuera de nosotros, en realidad es algo que está en nosotros. Y también hemos visto que la explicación al problema depende en gran medida del estado de ánimo. Por ejemplo, seguro que no reaccionáis igual ante una maniobra peligrosa de un conductor un día que estamos de buen humor, o cuando nos hacen la misma maniobra y estáis llegando tarde a una cita importante. Sin embargo, la maniobra es la misma en ambos casos. El problema, lo objetivable, es el mismo, sin embargo nosotros lo vivimos de forma muy diferente. Ejemplos de este tipo seguro que podréis encontrar en vuestro día a día.

Es más, situaciones que son problemáticas para unas personas no lo son en absoluto para otras.

En resumen, hemos visto que los problemas no existen en sí mismos sino que necesitan de una persona para vivir. Lo que os propongo es poner el foco en el modo en que vemos el problema en vez de buscar cual es la explicación correcta al problema. Lo que tratamos es de encontrar otras perspectivas que nos den nuevas posibilidades de acción.

¿Y cómo podemos ampliar la visión? Pues una condición necesaria es verlo como algo propio y no como algo ajeno que nada tiene que ver con nosotros. Nos podemos hacer la siguiente pregunta:¿En qué contribuyo para que esto continúe siendo un problema para mi? Como decía alguien

debes asumir que eres parte del problema para que seas parte de la solución.

Es a partir del momento que lo asumimos como algo nuestro, cuando pasamos de tener un problema a tener un reto. Pasamos de ser víctimas de lo que nos ha pasado a ser los protagonistas de acciones que nos muevan a resolverlo.

Es importante tener en cuenta que para llegar a este punto hay que pasar por un proceso que consta de las siguientes fases:

1.- Declaramos que lo que nos ha pasado es un problema y nos contamos un relato al respecto: “qué mala suerte que tengo” “Siempre me pasan a mi estas cosas” …

2. Recordamos qué es lo que queremos, aquello de lo cual el problema nos aleja.

3. Asumimos el problema como propio. Ahora ya tenemos un reto.

4. Finalmente nos comprometemos con solucionarlo. Para ello podemos contar con recursos propios o podemos recurrir a pedir ayuda y hacer peticiones para ello.

Con respeto a este proceso quiero hacer dos consideraciones. La primera es que para llegar a la última fase debemos pasar por todas las anteriores. No creo que nos podamos saltar ninguna de ellas. La segunda, no quedarnos encallados en ninguna de las anteriores.

Finalmente, una consideración en cuanto a los retos, pues una vez formulados, tenemos las siguientes opciones:

a)   Revocar el compromiso con nuestro reto.

b)   Renegociarlo. Cambiar las condiciones con las que me he comprometido.

c)   Renovarlo. Me reafirmo en él.

d)   No hacer nada

 

Bueno, esto es todo lo que os quería contar. En mi opinión, el enfoque que os planteo en este artículo es, por encima de todo, práctico. Lo que quiero decir es que para mí lo más importante es que sea útil por encima del hecho que pueda ser una explicación razonable, que, dicho sea de paso, considero que sí lo es.

Deseo que la próxima vez que os digáis “Tengo un problema”, os podáis preguntar “¿Qué me falta para convertirlo en un reto?” y finalmente deciros “Mi reto es….”

 

Buen Viaje.

Nota: Os adunto un video de un cuento de Bucay que está muy relacionado con el artículo  (Gracias Lurdes !)

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