¿Sabes la diferencia entre aceptar y rendirse?

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Hay ocasiones en que las cosas no ocurren tal como las habíamos planeado. Aquí podemos encontrar un amplio rango de decepciones. Desde las que podemos considerar como parte de lo cotidiano hasta decepciones o pérdidas que pueden llegar a tocarnos muy intensamente. Tras una pérdida o decepción importante los psicólogos tienen estudiado que pasamos por una serie de etapas. Concretamente, las etapas que describe la Dra. E. Kubler Ross en caso de graves pérdidas son las siguientes:

1) Negación y aislamiento: la negación nos permite amortiguar el dolor ante una noticia inesperada e impresionante; permite recobrarse.

2) Ira: la negación es sustituida por la rabia, la envidia y el resentimiento; surgen todos los por qué.

3) Pacto: ante la dificultad de afrontar la difícil realidad, surge la fase de intentar llegar a un acuerdo para intentar superar la traumática vivencia.

4) Depresión: Es un estado, en general, temporal y preparatorio para la aceptación de la realidad. Requiera recibir grandes dosis de empatía. (¿Qué es la empatía?)

5) Aceptación: quien ha pasado por las etapas anteriores en las que pudo expresar sus sentimientos -su envidia por los que no sufren este dolor, la ira, y la depresión- contemplará el próximo devenir con más tranquilidad. No hay que confundirse y creer que la aceptación es una etapa feliz sino que es una tristeza serena.

Pero en este artículo me quiero referir a aquellas pérdidas que son menos intensas, pero que debemos afrontar de una forma cotidiana. Y para esta clase de decepciones, lo que sí voy a tomar del proceso descrito anteriormente es que, independientemente del orden y número de etapas por las que se pasa, al final hay una aceptación.

Entonces, cuando nos ocurre un contratiempo, significa todo esto que debemos aceptarlo lo antes posible y pasar a otro tema? ¿Es ése el verdadero significado de la aceptación? ¿Cual es la diferencia entre aceptar y rendirse? Pongamos algún ejemplo para ilustrarlo.

Supongamos que hemos preparado un fin de semana para pasarlo en compañía de una persona muy especial. Los planes incluyen actividades al aire libre. Lo hemos planificado con mucho cuidado y cariño. Nos hace una ilusión tremenda sólo pensar lo bien que nos lo vamos a pasar. Todo esta preparado y pensado milimétricamente. Por fin llega el gran día pero el tiempo decide no jugar a nuestro favor y, en contra de las previsiones meteorológicas, el día se levanta con una persistente lluvia torrencial. Además las previsiones no son optimistas: los meteorólogos preveen un día de lluvias abundantes. ¡Qué decepción! Todos nuestros planes malbaratados.

¿Qué es lo que nos decimos en estos momentos? Seguramente pensamientos de rabia y de resentimiento por lo que os está pasando. » ¡Qué mala suerte! Toda la semana haciendo un tiempo magnífico y ahora se pone a llover, parece que sea a propósito.» , «¿Porqué me tiene que pasar esto a mí?»  o cosas similares. Todos estos pensamientos son absolutamente lógicos y demuestran lo importante que era para nosostros que las cosas hubieran funcionado tal y como lo habíamos planeado. Por lo tanto, tratar que estos sentimientos y pensamientos no surjan es sencillamente imposible.

Hemos visto que esto que nos ocure corresponde con una de las fases del proceso que he descrito al principio y que tiene como fase final la aceptación. La clave está en que nos quedemos en esta etapa sólo el tiempo mínimo necesario, pero no más. Y para pasar esta etapa debemos darnos empatía a nosotros mismos y ser capaces de observar nuestros sentimientos aunque no sean agradables. Se requiere un punto de valentía para mirar el dolor y la rabia cara a cara. ¿Acaso sentir lo que sentimos no es una demostración de lo importante que es esa persona para nosotros? ¿No demuestra eso cuanto valoramos el tiempo dedicado en la preparación del día?¿No sirve esto para honrar lo que estamos sintiendo?  Sólo con la aceptación de estos sentimientos seremos capaces de trascenderlo.

Supongamos que ya hemos pasado esta etapa y hemos sido capaces de honrar lo que sentimos. A partir de este momento ya hay las condiciones necesarias para que surja la siguiente pregunta: «¿Y qué puedo yo hacer ahora con esto que me ha pasado?». Esto significa que lo aceptamos pero que no nos rendimos. Y se abren nuevas posibilidades de acción. Así podrían surgin pensamientos como: «Quizás podría pensar alguna actividad para interiores…. ¿ Quizás ir algún museo, o al cine, o a un balneario,….?»

Mirad el siguiente video y decidme, ¿Qué os parece?.

Ya se que es una situación esperpéntica. Sin embargo, ¿Cuantos de nosostros, ante una dificultad nos quedamos esperando que alguien «nos rescate» sin tratar de buscar alguna alternativa? Es cierto que en la vida real, la solución al problema nunca es tan evidente com en la del video, sin embargo, que la solución no sea evidente no significa que no debamos tratar de buscarla, ¿No?. A mi me da la impresión que los protagonistas del video pasan por la etapa de lamentarse por lo que les ha ocurrido, pero simplemente se rinden. No se plantean en ningún momento qué pueden hacer ellos con lo que les pasa. Simplemente es culpa de otros y se quedan tranquilos con eso. Pero esta tranquilidad que surge del rendirse es como anestesiante porque inhabilita para la acción. Ni tan siquiera se lo plantean, no buscan, no luchan para tratar de cambiar lo que les ha pasado.

En cambio, si tratamos de buscar alguna salida y no la encontramos, podemos tener la tranquilidad que hemos hecho todo lo que está a nuestro alcance. Es como «el descanso del guerrero». Y esta tranquilidad es muy diferente a la que da la rendición, que es sedante, paralizante… ¿Cual preferiis tener vosotros?

Para finalizar aquí tenéis una cita que tiene relación con esto y es la siguiente:

“Dame serenidad, para aceptar las cosas que yo no puedo cambiar, serenidad para aceptar, pero también dame valor, valentía, empuje y entusiasmo para poder cambiar las que puedo cambiar, y dame la sabiduría que hace falta para discernir entre lo que puedo y lo que no puedo.»

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