Hablar sobre los sentimientos y las emociones es una cosa difícil. En muchas ocasiones, para expresarlos decimos cosas como » me siento traicionado, juzgado, herido, maltratado, manipulado, intimidado,…» cuando no son cosas agradables. Y también expresiones para lo agradable como «me asiento acogido, respetado, valorado …»
Esta manera de expresarse tiene un inconveniente que me gustaría resaltar: la responsabilidad de sentir lo que sentimos la ponemos en los demás, lo cual nos convierte en sus víctimas. Es cierto que lo que hacen los otros nos afecta. La cuestión es darse cuenta de hasta qué punto es la causa o sólo es un estímulo. ¿Cual es la diferencia?
La palabra causa va asociada a la de efecto. Es decir que cuando se produce la causa hay una respuesta en forma de efecto y siempre, para la misma causa se produce el mismo efecto. La causa determina el efecto. En cambio, si para una causa no siempre se produce el mismo efecto entonces ya no es una causa sino un estímulo. Por ejemplo si cuando alguien me insulta yo siempre contesto con otro insulto entonces podemos decir que hay una relación causa- efecto (me insultan – yo insulto). Sin embargo, si podemos encontrar alguna circunstancia que me permite no responder con un insulto, entones, ya no es una causa sino que es un estímulo. Que alguien me insulte facilita o estimula que yo le insulte pero no lo determina. La diferencia es sutil pero tiene una importancia vital. Veámos porqué.
Supongamos que mi actitud ante un comportamiento de otra persona o ante una circunstancia concreta, no me gusta y quiero cambiarla. Si pienso que mi respuesta está motivada por un estímulo entonces hay posibilidades que pueda cambiarla (ya veremos si son muchas o pocas). En cambio si es una causa, mi respuesta está determinada y por lo tanto no hay margen para cambiar (las posibilidadades aquí son nulas).
La buena noticia es que siempre tenemos la posibilidad de transformar causas en estímulos y por lo tanto, podemos pasar de ser víctimas a protagonistas, a pesar de las circunstancias. Mi creencia es que siempre hay un margen de acción, aunque sea muy pequeño y podemos trabajar para ampliarlo todo lo que sea posible.
Este principio de transformar causas en estímulos lo podemos aplicar a lo que exponía al principio del artículo. Cuando expresamos nuestros sentimientos en esos términos estamos poniendo el foco en lo que hace la otra persona y por lo tanto somos víctimas, es decir, que nuestros sentimientos y emociones dependen siempre de lo que hagan los otros. En cambio, si nos hacemos cargo de nuestros sentimientos y consideramos lo que hagan los demás como un estímulo y no una causa, sólo entonces, abriremos alguna posibilidad a poder gestionar nuestras emociones. ¿Cómo se hace esto?
Podemos empezar expresando nuestros sentimientos de una forma diferente. Para ilustrarlo tomaré uno de los ejemplos que hemos citado al principio: «Me siento traicionado.»
Lo primero a considerar es que » me siento traicionado» no es un sentimiento puro (podéis consultar una lista de sentimientos en Enlace a listado de Sentimientos) La primera fase consiste en averiguar que es lo que yo siento cuando pienso que alguien me traiciona. Podría ser, por ejemplo, rabia.
Quiero abrir un paréntesis para destacar que lo que sentimos, sea lo que sea, es algo muy valioso, ya que es una señal que me indica que hay una necesidad que no está satisfecha (sentimientos desagradables) o bien que sí lo está (sentimientos agradables). Es decir que los sentimientos son indicadores para conocer que es lo que realmente necesito en ese momento. Bien, volviendo al ejemplo ,….
«Cuando pienso que me está traicionando, siento rabia, porque estoy necesitando …. confianza y connexión con la otra persona. ¡Eso es! Estoy furioso porque para mí la confianza y la conexión con la otra persona son necesidades muy valiosas y como me están faltando, siento rabia. «
El llegar a este punto es crítico puesto que la cuestión se centra en mí y no en los otros, que no puedo gestionar. Y este hecho hace que la rabia se transforme en otro sentimiento más sereno. En nuestro ejemplo podría ser la tristeza o la desilusión. Esta rebaja en la intensidad nos aporta la tranquilidad que nos ayuda a aceptar (Actuar desde la tolerancia o desde la aceptación) lo que estamos sintiendo.
Finalmente llegamos al tercer y último paso. Ahora que sabemos qué es lo que necesitamos podemos buscar acciones o estrategias que intenten satisfacer esta necesidad de confianza. Así podríamos emprender una conversación pendiente para intentar recuperar esa confianza perdida. O simplemente nos quedaríamos en la segunda fase: la serenidad que nos aporta este descubrimiento es probable que nos ayude a encontrar alguna acción que con la ira nos hubiera sido imposible encontrar. Si no hacemos este cambio de chip, nos quedaremos culpando a los otros de lo que nos pasa, y por lo tanto dependeremos siempre de lo que hagan los demás. El hacernos cargo de lo que nos pasa, nos empodera.
En conclusión, el lenguaje no es inocente, y si lo utilizamos en modo víctima actuaremos como tal. Si queremos pasar de ser víctimas de nuestra emociones a protagonistas tendremos que convertir causas en estímulos. Eso supone dejar de culpar a los otros y hacernos cargo de lo que sentimos. Y eso nos permitirá ser más eficaces y ecológicos con nosotros mismos y con los demás. No es un camino fácil pero, desde luego, vale la pena.
¡Buen Viaje!