Como alguien decía «hay personas que llevan la alegría allí a donde van mientras que otras, cuando se van es cuando la alegría aparece». Es algo inevitable. Hay ciertas personas con las que no congeniamos. E incluso, hay ciertas personas con las que el sentimiento no es el de falta de simpatía sino de absoluto y completo rechazo.
En este artículo no pretendo que trabajemos sobre nuestra percepción sobre esa persona y sí en las consecuencias negativas que tiene sobre nosotros lo que pensamos de ella. Y para esto os he preparado este pequeño relato.
Mar era la hija de un malabarista que vivía con su familia en un circo que no era ni muy grande ni muy pequeño, ni muy famoso, aunque tampoco era desconocido. Mar adoraba los animales y estaba encantada con una cría de león que acababa de nacer. Cada día lo iba a ver y cuando podía y la dejaban, lo alimentaba ella misma. El pequeño león respondía con cariño a sus cuidados.
Los días pasaban y Mar sentía un gran afecto hacia la cría de león. Sin embargo, un día ocurrió algo inesperado cuando al acercarse a la jaula para ir a alimentar a su estimada mascota, recibió un zarpazo sobre su delicado brazo. Se puso a gritar y a llorar y enseguida aparecieron los trabajadores del circo, que eran los miembros de su gran familia y la socorrieron. Por suerte. La herida no era grave y su recuperación fue rápida.
Debo precisar que su recuperación física fue rápida, porque anímicamente quedó muy afectada por el episodio. Mar no podía entender cómo su estimado león había podido hacerla una cosa semejante. Por más que lo pensaba menos lo entendía: ella que le había dado todo su cariño y cuidado, recibía como respuesta un zarpazo. Y cada vez que pasaba cerca de la jaula del león no podía evitar sentir mucha rabia y odio por lo desagradecido que había sido con ella. Y ese pensamiento la causaba mucho sufrimiento, mucho más que el dolor físico de su herida…
Ya habían pasado unos meses y al pasar delante de la jaula, que era cada día, volvía a sentir ese odio y resentimiento por lo sucedido, y ese sabor amargo la acompañaba gran parte del día. Marc, el payaso del circo, había observado que el humor de Mar había cambiado desde el inicidente con el león, y como la tenía un gran cariño, buscó un momento de recogimiento para poder conversar tranquilamente con Mar.
– Hola Mar. Dijo Marc. Hace unos días que observo que ya no ríes tanto como antes y cuando pasas por delante de la jaula del león se te pone la cara muy triste y luego ya no sonríes más. Me gustaría saber si te apetece que hablemos un rato de ello, ahora que está todo en calma y nadie nos puede molestar …»
Al principio Mar se puso a la defensiva y rechazó el ofrecimiento. Sin embargo, cuando Marc ya se retiraba lo llamó diciéndole:
-Espera Marc, sí que quiero hablar de ello. No puedo soportar la idea que el león que yo tanto he cuidado me lo haya pagado de esta forma. No hay derecho. ! Lo odio!
Marc escuchó pacientemente toda su historia y cuando Mar hubo acabado de explicar todo lo que tenía que decir le hizo la siguiente pregunta:
– ¿Para qué sientes odio por el león?
– Qué pregunta más rara…» respondió Mar. Y se quedó pensando un rato.
– Él se portó muy mal conmigo. Cuando paso a su lado lo miro con odio para que se dé cuenta de lo mal que se ha comportado conmigo.
– Mar, siento curiosidad por lo de «mirarlo con odio». Me parece que es como si fuera un castigo para él, ¿es así?.
– Yo nunca lo hubiera pensado de esa forma, pero quizás tengas razón…
– Quien crees que lo pasa peor, ¿el león, o tu cuando piensas que es malo por todo lo que te hizo y sientes odio hacia él? «
– La verdad es que yo no sé cómo se siente. Lo que sí estoy segura es que yo me siento fatal cuando le odio.
– Entonces es una manera de castigarle un poco extraña, ¿no crees?
– Pues sí…lo que pasa es que no puedo evitarlo. Y no quiero dejar de pensar eso sobre él porque así no me vendrán ganas de acercarme a él.
– Bien, lo que creo que me dices es que con tu comportamiento estás intentando que no te vuelva a causar más daño. Sintiendo odio hacia él te proteges, ¿es así?
– Sí, es eso…
– ¿Quieres que te diga cómo lo veo yo?
– Sí por favor, contestó Mar.
– Pues mira, yo lo que veo es un león. Supongo que un león, en el fondo nunca deja de serlo, vaya, que no es un gatito domesticado. Imagino que, a veces, no puede evitar que aparezca su parte de animal salvaje que también tiene. Para mí es fácil verlo así porque yo no he sufrido su ataque. Sin embargo me pregunto si esta manera de verle te sirve para protegerte y evita que te invada el sentimiento de odio que luego tanto te cuesta dejar.
Mar se quedó pensativa un buen rato, levantó la vista hacia Marc y le dijo. «Muchas gracias«. Y se fue sin decir nada más.
Al día siguiente, al pasar por delante de la jaula, pensó en el león como un animal salvaje. Ya no sintió odio, aunque sí un cierto temor por su seguridad. Entonces se acercó para mirarlo de cerca, pero a suficiente distancia como para que no pudiera alcanzarla. Y luego, continuó su camino cantando su canción favorita.
¿Qué os parece? Estaré encantado si compartíis los comentarios que tengáis con respecto al relato.
Buen viaje.