¿Cual es tu actitud cuando visitas una ciudad?

Estos días de vacaciones he tenido la oportunidad de viajar y he podido visitar algunas ciudades y pueblos. Se me ocurren dos posibles formas diferentes de viajar y visitar lugares. La primera consiste en tener previamente una lista de cosas que quiero visitar y plantear la visita como si fuera un «check list» que voy … Leer más

El sorprendente diálogo entre Walter y Sean.

Hace un par de días he visto la película «La vida secreta de Walter Mitty«. En un momento, el protagonista, decide ir a la búsqueda del prestigioso fotógrafo periodista que trabaja en su misma revista «Life». Si quieres puedes leer aquí el argumento completo de la película (La vida secreta de Walter Mitty).
Yo sólo quiero traer una escena que me llamó especialmente la atención. El contexto es el siguiente: Walter ha perseguido al fotógrafo por un montón de sitios hasta que al final logra encontrarlo en la cima de una montaña, esperando a tomar la foto de una especie de leopardo salvaje que vive en las montañas y que ha sido fotografiado en muy pocas ocasiones. Le llamaban el «gato fantasma» por lo difícil que resultaba verlo. Lo que llama la atención de la escena es que, después de esperar, no se sabe cuánto tiempo, para tener al animal al alcance de su objetivo y cuando parece que va a disparar su cámara, renuncia a tirar la foto. El diálogo entre Walter y Sean, el fotógrafo (curiosamente el nombre del personaje y de la persona, coinciden), es el siguiente:

– ¿Cuando vas a tirarla? (la foto)
– A veces no lo hago. Si me gusta el momento, a mi, personalmente, no me gusta que la cámara me distraiga, quiero formar parte del momento.
– ¿Formar parte?
– Sí, quedarme ahí. Aquí mismo.

.
– Ya pasó, se acabó.

Os recomiendo que miréis la escena porque permite entender mejor este diálogo y los largos silencios llenos de significado.

En definitiva, ésta es la explicación que da el fotógrafo para no disparar. Tiene que ser una muy buena razón para no tirar la foto y su explicación parece un poco críptica. Sin embargo, para mi tiene mucho sentido. Permíteme que te explique cómo yo lo entiendo.

El trabajo del fotógrafo se basa en la observación de la realidad que luego traslada a una fotografía. El arte de fotógrafo se basa en precisamente su forma particular de captar y mirar lo que le rodea, de apreciar detalles y enfoques que a otras personas se nos escapan y hacerlo de forma que cautivan la atención del que observa la foto para despertar nuestro sentido de la curiosidad, armonía, belleza, … o cualquier otra sensación. Una foto nos puede decir y despertar muchas cosas…

Así que, un buen fotógrafo, es una persona acostumbrada a observar. ¿De dónde proviene el placer de un fotógrafo cuando hace fotografías? Esta es una pregunta muy difícil de responder porque, supongo que cada fotógrafo respondería una cosa diferente, y ahora no quisiera meterme en ello. Lo que me pregunto es cual debía ser el profundo placer que encontró el fotógrafo de la revista para quedarse a observar la escena sin disparar la foto, cuando eso era precisamente el objeto de su trabajo y había estado esperando mucho tiempo para ello.

Fíjate que dice que no quiere que la cámara le distraiga. ¿Le distraiga de qué? Pues yo creo que la cámara o cualquier otra cosa le puede distraer precisamente del acto de observar. Es como si la observación de algo que considera importante requiera completamente su atención y no quiere que nada le pueda distraer de eso. Sólo quiere observar. ¿Cómo es esa forma de observar que requiere tanta atención? La pista la podemos encontrar en lo que nos dice:

– Quiero formar parte. Sí, quedarme ahí, aquí mismo.»

¿Qué quiere decir con esto? En la primera parte dice que cuando observa con toda su atención consigue formar parte del momento. Qué extraño, o quizás no tan extraño. Se trata de una forma de observar la realidad en la cual el observador y lo observado se funden en una sola cosa y ya es imposible saber dónde empieza uno y donde acaba el otro. Por eso dice «quedarme ahí, aquí mismo», porque ya no hay distancias, no hay un allí ni un aquí, o si los hay son la misma cosa. Es simplemente, estar presente. ¿Es eso posible?

Yo creo que sí. Este bonito diálogo es una forma de poner palabras a la sensación que uno experimenta cuando es capaz de observar sin añadir pensamientos sobre lo que observa. Observar sin pensar. A mi me ocurre sólo durante brevísimos momentos cuando observo algo que me cautiva totalmente. Mi atención se vuelca sobre eso y tengo la sensación que yo me integro con eso que estoy viendo. Sí, es como si yo estuviera en cada cosa que estoy viendo, es como si mi ser estuviera en eso. Sin embargo es una forma muy sutil de observar porque enseguida me viene un pensamiento, sobre si eso es magnífico o precioso, y entonces esa magia desaparece.

Cuando el pensamiento viene entonces aparezco yo, el observador, que opina sobre algo que está ahí fuera, lo observado. Cuando aparece el pensamiento entonces ya dejo de formar parte de eso que estoy viendo, hay una separación entre el observador, yo, y lo observado. Entonces esa sensación de conexión tan profunda y auténtica se escapa como el agua entre los dedos.

Si lo reconozco puedo tratar de volver a recuperar ese momento de conexión en el que mis pensamientos no están, y yo soy lo que observo, y eso sólo pasa cuando no hay pensamiento. Por eso entiendo perfectamente que en la película el fotógrafo no quiera que haya nada que le distraiga. Sólo quiere observar y fundirse con aquello que es observado. Quizás sea ése el placer que obtiene el fotógrafo y que le mueve a no hacer una foto tan especial.

Y tu, ¿no has experimentado nunca esta forma de observar? ¿Lo quieres probar para experimentar en tu propia piel lo que es observar de esta forma? Quizás es la forma de observar que propone el Mindfulness. Ya me contarás.

¡Buen viaje!

P.D. a Nacho Fernández, (@NFdeVega), gracias por la sugerencia.

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La chica anormalmente normal.

El otro día iba en autobús de camino a una formación. No era un recorrido habitual así que, en vez de leer, me coloqué al lado de una ventana y me dediqué a mirar por la ventana. Me gusta dejarme llevar por lo que veo. Es como si el abandonarse a la observación me liberara de pensamientos sobre lo que me espera la jornada. La cuestión es que estaba en este estado de observación cuando vi algo que me sorprendió.

Había una chica joven que, iba caminando. En una mano sostenía un móvil mientras que con la otra empujaba un patinete. La cuestión es que caminaba con toda normalidad. Supongo que te preguntarás qué tiene esto de sorprendente. Pues mira, lo que me llamó la atención es que esa chica tan normal no tenía piernas. Bueno, sí que tenía pero eran de metal. Llevaba unas prótesis metálicas que acababan en unas zapatillas deportivas. El autobús estaba en marcha así que giré la cabeza y mantuve la mirada sobre esa chica todo lo que el recorrido del autobús me permitió. Es como si no me lo pudiera creer. Al final perdí el contacto visual y el autobús siguió su camino, tozudo en llevarme hasta la siguiente parada y ajeno a eso que acababa de ver.

Lo que llamó poderosamente la atención era la normalidad de la anormalidad. Me explico. Estaba claro que esa chica tenía completo dominio sobre cómo caminar con sus prótesis porque lo hacía de una forma natural, sin que parara atención en ello de una forma especial. Ver esa normalidad es lo que no me parecía normal. Entonces empecé a hacerme preguntas…

¿Qué es lo que yo hubiera hecho si me hubiera tocado vivir una circunstancia como esa? Quizás me hubiera resignado a desplazarme sobre una silla de ruedas. Total, lo «lógico» es pensar que, si no tienes piernas, no puedes caminar. Sin embargo, esa chica había sido capaz de desafiar esa conclusión lógica cuestionándose lo evidente. Supongo que se hizo la pregunta ¿no habría alguna manera de caminar teniendo en cuenta mi limitación? ¿Podría caminar con «otras» piernas?

Así que ésta ha sido una de las cosas que me llevo de esta imagen tan impactante. La capacidad de no dejarse llevar por lo aparentemente evidente y buscar y encontrar fórmulas imaginativas de sortear barreras aparentemente infranqueables. Supongo que eso sólo es posible cuando soy capaz de aceptar aquello que me ha ocurrido y dejo de luchar contra eso que no puedo cambiar. Sólo cuando soy capaz de abandonar los pensamientos del tipo «… qué injusta ha sido la vida con migo», «… no hay derecho…» «… no puedo aceptarlo…» es cuando puedo hacerme la pregunta ¿cómo puedo vivir lo mejor posible esto que me ha tocado? Así que la imagen de esta chica me parece un gran ejemplo práctico que me ayuda a entender que no es lo mismo aceptar que rendirse.

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Necesito controlar.

La necesidad de control es un tema recurrente, tanto en el ámbito de las organizaciones como a nivel personal. La primera pregunta que me viene es ¿para qué controlo? porque estoy seguro que, si quiero controlar, necesariamente hay algo valioso en ello. Por otra parte, la necesidad de control tiene efectos no deseados, lo cual nos lleva muchas veces al dilema sobre si hay que controlar o es mejor dejarse llevar. Así que, en este artículo vamos a ver en qué consiste el control, para qué lo hacemos y cuáles son sus efectos secundarios. Finalmente trataremos de encontrar estrategias que nos aporten los beneficios del control evitando sus inconvenientes. ¿Me acompañas?

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No es lo mismo aceptar que rendirse.

File:Death of Captain Lawrence. "Don't Give Up the Ship." June 1813. Copy of engraving by H. B. Hall after Alonzo Chappel, ci - NARA - 531087.tif
Death of Captain Lawrence. «Don’t Give Up the Ship.» June 1813. Copy of engraving by H. B. Hall after Alonzo Chappel

A veces, me encuentro en situaciones complicadas en las que me encallo y no consigo tirar adelante, o que me suponen un esfuerzo titánico avanzar. Entonces hay alguien que me dice: tienes que aceptarlo.

Escucharlo me produce una cierta sensación de rechazo porque aceptar una situación me suena a rendirme, y eso a mi no me gusta. Pero ¿qué significa realmente aceptar? ¿En qué se diferencia de rendirse? y sobre todo, ¿por qué es tan poderosa la aceptación para conseguir una acción realmente eficaz?  En este artículo voy a tratar de explicártelo.

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¿Sabes escuchar? No se puede llenar un vaso que ya está lleno

Imagínate que estás en una conversación en la que alguien explica una teoría sobre algo que es diferente a lo que tú ya sabes. ¿Cual es tu impulso natural? No se qué es lo que a ti te pasa pero a mi a menudo me pasa que no espero a que acabe de explicarlo, no hago preguntas para entenderlo mejor y inmediatamente trato de rebatir su argumento. ¿A ti qué te ocurre?

Cuando entro en esta dinámica la conversación se convierte en un conjunto de monólogos en los que cada persona explica sus argumentos tratando de defender su postura, pero intercambio de ideas y enriquecimiento mutuo, nada de nada.

¿Porqué muchas veces nos resistimos a aprender algo diferente a lo conocido o a cambiar de opinión respecto a algo? En definitiva, ¿cómo es que nos cuesta tanto escuchar a los demás de una forma total y sin interferencias?

Mi respuesta es que «no se puede llenar un vaso que ya está lleno». La frase es una obviedad pero lo que trato de explicar con ello es que en esta clase de diálogos nos comportamos cómo vasos llenos con nuestras ideas sobre las cosas. Cualquier cosa que nos diga la otra parte simplemente rebosa fuera del vaso.

Así que en este artículo quiero explicarte qué es lo que nos impide escuchar de forma auténtica y cómo podrías hacer para escuchar de una forma más enriquecedora. ¿Quieres acompañarme?

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¿Quieres que te quieran?

 

¿Hay alguien que no le guste ser querido? Yo creo que a todo el mundo le gusta. Ahora bien, yo me pregunto, ¿qué me pasa cuando me quieren? Supongo que si respondo sin pararme a pensarlo mucho lo que me sale es «cuando me quieren me siento bien». Así que, quiero que me quieran porque eso me hace sentir bien aunque no sepa muy bien cómo es eso de sentirse bien. En contrapartida, si no me quieren, no me siento bien. Así que parece lógico plantearme hacer todo lo posible para que me quieran.

Me gustaría reflexionar contigo un poco más respecto a esta manera de plantearse el asunto ¿Qué me pasa cuando actúo de esta forma? Pues que, como tengo que complacer a los demás para que me quieran yo paso a un segundo plano. Parece que tenga que renunciar a mi para conseguir la estimación de los demás. Además esto se convierte en un trueque: yo hago cosas para que me quieras y tú tienes que quererme como contrapartida. La otra cara de este asunto es que, como no me quieras, estaré resentido contigo porque deberías tener en cuenta todos los sacrificios que he hecho para que me quieras. ¡Ufff !, suena extraño eso de obligar a alguien a que me quiera.

En conclusión, esta forma de entender el querer y que te quieran supone un dilema: o me quiero y tengo en cuenta lo que necesito a costa de perder el amor de los demás, o quiero a los demás a costa de no quererme a mi. Siempre hay una pérdida. ¿Habría otra forma de pensar en la que no tenga que renunciar a nada?

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Generosidad y egoísmo: dos caras de la misma moneda

Ser generoso tiene muy buena prensa. Las actitudes generosas crean un mundo mejor, todo el mundo dice que debemos ser generosos. En la definición de generosidad que da wikipedia cita textualmente que «la generosidad se acepta extensamente en sociedad como un hábito deseable.»

En cambio el egoísmo tiene muy mala prensa. Queda muy mal decir que uno es egoísta. Aunque yo no pienso de esta forma. De hecho ya he escrito una serie de post en que hablo de forma favorable sobre el egoísmo (Sé egoísta, por favor), que no es lo mismo que ser egocéntrico.

No obstante hoy quiero hablarte de la generosidad y del egoísmo desde una perspectiva diferente porque para mí ambas cosas son las dos caras de la misma moneda. Así que no podemos separar una de la otra. Permíteme que te lo explique.

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¿El miedo bloquea tus proyectos?: lo que podemos aprender de él.

Quizás te hayas encontrado alguna vez en la que quieres emprender un proyecto y el sentimiento del miedo está muy presente. Unas veces ha habido algo en tí que te ha permitido superarlo. Sin embargo otras, la fuerza del miedo ha sido mayor que lo que te impulsaba hacia lo que deseabas: es cuando el miedo consigue paralizarte.

Esto también a mi me ha ocurrido y entonces me quedo con una sensación de derrota. Es como si hubiera habido una batalla en la que las fuerzas del «bien» han perdido contra las fuerzas del «mal». Estoy resentido con el miedo, porque me aleja de algo que deseo con intensidad. Por eso no me gusta y por eso quiero que desaparezca. De hecho quiero aniquilarlo.

Ahora que lo pienso con calma, el miedo es tan mío como la parte de mi que desea algo con intensidad. Entonces, ¿estoy queriendo destruir una parte de mi? Sin embargo, si el miedo es mío, tiene que buscar algo bueno para mi, sino no existiría. ¿Podría ser que un sentimiento como el miedo, que me impide alcanzar aquello que quiero, busque algo bueno para mi? De momento, me parece que no pueda ser, pero, ¿y si no fuera así? ¿Me acompañas en esta búsqueda?

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