Hay muchas ocasiones que reconocemos una emoción o un estado de ánimo que no deseamos y queremos cambiarlo. Es ese tipo de cosas de las que decimos: vale, fácil de decir pero difícil de hacer. ¿ Cómo se hace ? Bien, en este artículo quiero daros alguna herramienta que os puede ser de utilidad.
Ya os he comentado en otro artículos (Las emociones no se pueden controlar pero sí gestionar) que las emociones que sentimos son todas legítimas. Ahora bien, es nuestra responsabilidad, o mejor, está en nuestras manos que estas emociones no aniden en nosotros y se conviertan en un estado de ánimo, a menos que no seamos nosotros los que queramos que esto pase.
Supongamos que reconocemos que estamos sintiendo algo y que podemos etiquetarlo de alguna manera. Para ello, la psicología nos puede ayudar ya que establece que existen cuatro emociones primarias:
1. Cólera: enojo, mal genio, atropello, fastidio, molestia, furia, resentimiento, hostilidad, animadversión, impaciencia, indignación, ira, irritabilidad, violencia y odio patológico.
2. Alegría: disfrute, felicidad, alivio, capricho, extravagancia, deleite, dicha, diversión, estremecimiento, éxtasis, gratificación, orgullo, placer sensual, satisfacción y manía patológica.
3. Miedo: ansiedad, desconfianza, fobia, nerviosismo, inquietud, terror, preocupación, aprehensión, remordimiento, sospecha, pavor y pánico patológico.
4. Tristeza: aflicción, autocompasión, melancolía, desaliento, desesperanza, pena, duelo, soledad, depresión y nostalgia.
Ahora que sabemos como reconocer lo qué es nos está pasando, tenemos que tener en cuenta que cada tipo de emoción nos predispone a realizar un tipo de acciones diferente.
Es decir, mi abanico de posibilidades de acción es muy diferente si siento tristeza y estoy desalentado, desesperanzado, que si estoy alegre, satisfecho y entusiasmado. Es algo obvio pero que no debemos olvidar.
Ahora que ya hemos conocido donde estamos y las posibilidades que nos abre y nos cierra este sentimiento es posible que decidamos que queremos cambiarlo. Por ejemplo, podríamos reconocer que estamos tristes, hemos visto que es legítimo sentir eso que estamos sintiendo, y reconocemos que, desde esa emoción, difícilmente estaremos predispuestos a cambiar la situación que estamos viviendo y que nos ha provocado, que no causado, lo que estamos sintiendo. Y por todo ello estamos decididos y comprometidos en cambiar esa emoción.
Este punto es muy importante porque dejamos de ser víctimas de nuestras emociones, nos hacemos cargo de ellas, y decidimos gestionarlas, porque tenemos un deseo de cambiar las cosas. Y esta es una decisión valiente, que va a suponer un esfuerzo ya que lo fácil es dejarse llevar. Sin embargo, esto tiene una recompensa ya que nos empodera, nos hacemos cargo de nuestro destino. No puedo decidir lo que me pasa pero siempre puedo decidir la actitud con lo que lo afronte. En palabras de Victor Frankl:
Si no está en tus manos cambiar una situación que te produce dolor, siempre podrás escoger la actitud con la que afrontes ese sufrimiento.
Ahora bien, ¿Cómo puedo influir en lo que estoy sintiendo? Hay dos ámbitos desde los que podemos actuar.
El primero es desde nuestra fisiología. Es decir, nosotros podemos cambiar la emoción interviniendo sobre nuetro cuerpo. Y aunque parezca increíble, cambiando nuestra postura, gestos y nuestra respiración, cambiamos nuestra emoción. De esto las tradiciones orientales ya lo han utilizado desde hace milenios y, por ejemplo, han estudiado y creado disciplinas en las que la respiración juega un papel fundamental. Hoy podemos encontrar métodos más occidentales como el Alba Emoting™, que es un método científico de inducción, modelación y vivencia de las emociones desde patrones posturales y respiratorios, es decir, desde lo físico (lo que se ha llamado proceso de activación emocional bottom-up).
El segundo es intervenir desde los pensamientos que estan vivos en nosotros mientras sentimos lo que sentimos. El principio que vamos a utilizar es: si cambiamos lo que pensamos cambiamos lo que sentimos. ¿Cómo podemos hacerlo?
El método que os propongo necesita un poco de dedicación pero, según mi experiencia, los resultados que se consiguen son muy positivos.
Primero se trata de sentarse y situarse en aquello que nos produce la emoción que queremos cambiar y anotar en un papel las respuestas a las siguientes preguntas:
1. ¿ Que es lo que piensas con respecto a la situación que estás viviendo?
2.¿Que es lo que piensas respecto a las personas que hay a tu alrededor?
3. ¿Qué es lo que piensas acerca de ti?
Anótalos todos. Es importante dedicarle tiempo para no olvidarse de ninguno. También hay que ser honesto con uno mismo. Engañarnos en esto sería como hacernos trampas al solitario.
El segundo paso consiste en mirar la lista de pensamientos y decidir cual de ellos es el que, según vosotros mismos, tiene mayor impacto.
Seguramente saldrá un juicio sobre vosotros, la situación o sobre una persona. El último paso supone cuestionar nuestros juicios. Para ello en mi post ¿Sabemos diferenciar hechos de opiniones? hay un apartado en el que hablo de cómo se fundamentan los juicios.
Es un método muy potente que podéis utilizar vosotros mismos. Y también podéis utilizar los servicios de un coach. El os ayudará y guiará para que no tengáis que estar pendientes del método y facilitará el proceso para que sea más productivo y para que podáis adentraros más en los juicios que apoyan y mantienen vuestras emociones. Cuanto más profundo y honestos seáis con vosotros mismos, mejores resultados obtendréis. Y en esto el papel del coach puede ser fundamental.
¡Buen viaje!