¿Porqué se nos arrugan los dedos bajo el agua? Distinguir entre porqué y para qué.

 

El otro día apareció en la prensa una notícia que me llamó la atención por su curiosidad. El título del artículo era exactamente. ¿Porqué se nos arrugan los dedos en el agua? Y os preguntaréis, ¿qué tiene que ver esta curiosidad científica con este blog? Pues que este artículo me ha recordado la importancia de distinguir entre el  porqué y el para qué.

El artículo nos explica que al principio, se creía que se nos arrugaban los dedos porque el paso del agua por la capa externa de la piel lo provocaba, mientras que ahora se sabe que la causa es otra: es una constricción de los vasos sanguíneos. Precisamente este descubrimiento ha hecho que los científicos se hayan planteado el para qué de ese comportamiento de  estímulo y reacción. En este marco, hacen conjeturas respecto a la necesidad que pretendía satisfacer ese comportamiento. ¿Veis la diferencia?

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Cuando hacer lo equivocado es lo correcto

El título de este artículo puede sonar provocativo. Permitirme que explique que es lo que quiero decir con esto. Hay ocasiones en que, al afrontar la resolución de un problema, observamos que la solución lógica y correcta no funciona y, en el peor de los casos, empeora las cosas. Las soluciones que se basan en relaciones causa efecto que nos han resultado eficaces en otras ocasiones, dejan de ser eficaces. Esto ocurre en los problemas que tienen que ver con lo complejo. Y lo humano es complejo. Pongamos ejemplos que permitan explicar mejor el tipo de problemas a los que me refiero.

Problema 1. Quiero que me quieran.

¿Hay alguien que no quiere que le quieran? Yo creo que es un problema bastante común. Y por la misma razón creo que algunos de nosotros habremos aplicado la_lógica_más_lógica_de_todas_las_lógicas para resolverlo. Si quiero que me quieran más no tengo más que pedirlo y si no funciona exigirlo. Lógico, ¿no? Supongo que alguno de vosotros ya habrá experimentado que, lejos de funcionar, provoca el efecto contrario.

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¿CASUALidad o CAUSAlidad?

En esta entrada quiero compartir con vosotros algo que me ha sucedido hace unos pocos días. Cuando salía del trabajo me puse a revisar el twitter y vi que alguien recomendaba visitar un vídeo sobre unos submarinistas y un delfín. Eran unos 3 minutos, así que decidí a mirarlo antes de ponerme en marcha. Ya sabéis que una imagen es mejor mil palabras así que aquí tenéis el enlace al vídeo -> Delfín pide ayuda a un submarinista
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¿Es posible transformar el sentimiento de culpa en algo enriquecedor para la vida?

¿Alguna vez os habéis sentido culpables por  algo? ¿Creéis que es algo que debemos sentir o por el contrario pensáis que es una carga inútil? Esta entrada la voy a dedicar al sentimiento de culpa para tratar de ver qué nos pueden aportar y proponeros una aproximación que creo puede servir más a la vida.

Primero decir que la culpa es quizás un sentimiento más íntimo que el de la vergüenza y que nos puede servir para ayudar a reconocer y rectificar algo que consideramos que no está alineado con nuestro sistema de valores, aun cuando no haya testigos externos de ello. La vergüenza, en cambio, conlleva una cierta indignación que proviene de algo que ocurre en el exterior. En cualquier caso, son sentimientos muy arraigados en nuestra cultura y que han ayudado a mantener unas normas sociales y a estructurar el sistema social. Ahora bien, ¿cual es el precio que se paga por ello?

Tras el sentimiento de culpa hay un juicio sobre algo que «debería» o «no debería» haber sido. Y como consecuencia, cuando se considera que no se ha actuado como se debería entonces «debe haber» un castigo. La culpa se convierte entonces en ese castigo por no haber actuado como se debería.

Esto para mi tiene una doble consideración. La primera es, ¿hasta cuando debemos mantener ese castigo? ¿Cuanto dolor nos debemos autoinflijir en forma de sentimiento de culpa? Supongo que hasta que la deuda se haya pagado, pero no sé muy bien cual debe ser el límite. El juez interior es muchas veces, muy severo, ¿verdad?

La otra cuestión es que la pena a cumplir en forma de sentimiento de culpa sirve de escarmiento para que no volvamos a actuar del mismo modo otra vez. En este sentido cumple el objetivo de evitar que se vuelva a repetir la conducta. Pero eso no significa que hayamos cambiado y nos hayamos convertido en mejores personas  por el hecho de haber pagado la deuda en forma de culpa. Además, esta forma de repartir justicia no tiene en cuenta a la persona que sufre las consecuencias de los actos ya que no se busca reparar el daño causado ya que sólo se castiga (autocastigo en forma de culpa) al que ha cometido el acto que disminuye el bienestar de la otra persona.

La CNV (Comunicación No Violenta) y la Justicia Restaurativa proponen otro acercamiento que, en mi opinión, es mucho más enriquecedor para nosotros y para los que nos rodean. ¿Os apetece saber de que trata? Veamos entonces cómo podrían ser los 3 pasos para transformar el sentimiento de culpa en algo más útil y «ecológico».

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La libertad, la «obediencia debida» y el experimento Milgram.

Hoy quiero quiero empezar este post explicando el experimento que efectuó el psicólogo de la Univeridad de Yale, Stanley Milgram en el año 1962 y en el que participaron más de mil personas de entre 20 a 50 años. Eran ciudadanos corrientes mayoritariamente hombres. La esencia del experimento consistía en explicar a los participantes que los científicos querían ayudar a mejorar la memoria en las personas haciendo un experimento: el participante haría de maestro y habría un aprendiz. Cuando el aprendiz hiciera algo bien, perfecto, pero en caso contrario aplicaría una descarga eléctrica porque lo que se quería saber es si este método servía para mejorar la memoria. Así los participantes en el experimento creían que hacían algo bueno porque “la ciencia quiere ayudar a mejorar”.

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Etiquetar a las personas: efectos secundarios.

Hace unos días he escuchado una notícia que me ha impactado. Unos médicos que estaban en misión humanitaria vacunando de la polio a unos niños en un país de África cuando han sido tiroteados y asesinados. Los autores de la matanza creían que lo que en realidad estaban haciendo los médicos era esterilizar a los niños por lo que decidieron asesinarlos para «protegerlos».

Este es para mí un trágico ejemplo de cómo actúan las creencias y las etiquetas que tenemos sobre las personas. Si creemos ciegamente algo sobre alguien, no importa que sea cierto o no, actuaremos con esa persona de una manera que sea coherente con esa idea que tenemos de ella. Es por esto por lo que en esta entrada quiero hablaros de etiquetar a las personas.

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Las 4 características de las peticiones eficaces.

Ya he tratado en otras ocasiones que la petición es el último paso en el proceso que nos propone la CNV (Comunicación No violenta): 1. Observación 2. Sentimiento 3. Necesidad 4. Petición

En este post quiero tratar de explicar cómo podemos hacer peticiones que sean más eficaces. Antes de entrar en ello creo que es importante señalar algunos aspectos que pueden ayudar a entender porqué no es un asunto sencillo.

La primera viene, como hemos visto, de que una petición muestra una necesidad nuestra no satisfecha, por lo que, cuando hacemos una petición, nos estamos mostrando vulnerables ante esa persona al demostrar que necesitamos una cosa que no tenemos. (Ser vulnerable no es lo mismo que ser débil)

La segunda, supone que podamos recibir un no cuando hacemos una petición. ¿Qué nos pasa cuando lo recibimos? En algunas ocasiones un NO a una petición lo interpretamos como un NO a nuestra persona, por lo que nos lo tomamos como algo personal. Ocurre muchas veces que las personas que no encajan muy bien un NO tampoco saben decir  NO a las peticiones de las otras personas (Saber decir no).

Finalmente decir que a veces confundimos las peticiones con expectativas cuando esperamos que los otros cumplan algo que nunca hemos pedido expresamente (Tener o no tener expectativas. Esta es la cuestión ….)

En fin, por todo ello, podemos concluir que resulta complicado realizar peticiones. Por este motivo os paso a continuación una lista de condiciones que deben cumplir la peticiones si queremos que sean eficaces. ¿Os apetece?

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El resentimiento: la emoción del esclavo

Este entrada la voy a dedicar a una emoción que creo que todos conocemos: el resentimiento. Y digo que es conocida porque se produce tanto en el ámbito personal como en el de las organizaciones. Por ejemplo, estamos resentidos con nuestra pareja porque pedimos colaboración y no nos la da, o bien con nuestra empresa porque no nos trata como merecemos. Para empezar, os adjunto una una definición del término:

Resentimiento es la acción y efecto de resentirse (tener un enojo o pesar por algo). El resentimiento se refleja en diversos sentimientos y actitudes, como la hostilidad hacia algo o alguien, la ira no resuelta sobre un acontecimiento, el enfurecimiento o la incapacidad para perdonar.

De esta definición me gustaría destacar varios aspectos.

El primero. El esquema sobre el que se sustenta el resentimiento suele ser que algo o alguien nos ha causado un daño que consideramos que no se puede reparar y que juzgamos que no merecemos, por lo que el causante merece que le castiguemos. La forma en que se ejerce ese castigo puede ser mostrar hostilidad hacia el causante de nuestro dolor,  y la incapacidad de perdonar.

Otro aspecto muy importante es que el resentimiento implica algo que está enquistado, no resuelto. Si lo pensamos en términos de tiempo, este sentimiento podría venir de un acontecimiento sucedido hace meses o incluso muchos años. Por lo tanto el resentimiento es un compañero de viaje que nos puede acompañar durante mucho tiempo por lo que puede llegar a tener mucho impacto en nuestras vidas.

También es bueno tener en cuenta que hay ocasiones que no somos capaces de reconocer que estamos resentidos. Puede ser que llevemos tanto tiempo con ello que ya forme parte de lo que nosotros consideremos algo “normal”. Cuando uno lleva una pesada carga durante mucho tiempo muchas veces se olvida que la lleva. ¿Cómo podríamos reconocerla? Mostrarse nervioso o muy sensible ante ciertos hechos o personas, tener una actitud hostil, expresar dificultades para confiar en nuevas relaciones y sentirse menospreciado son algunos indicadores.

Hasta ahora hemos hablado de los efectos externos del resentimiento. Sin embargo estas actitudes que se muestran en el exterior tienen un efecto sobre nosotros. En realidad, lo que sucede en el exterior responde a algo que nos pasa en nuestro interior. ¿Cómo son esas sensaciones? Desde luego no es algo que nos proporcione calma ni sosiego sino todo lo contrario. Por lo tanto el resentimiento tiene una componente de sufrimiento para el que se siente resentido. Es como si el «castigar» tuviera un efecto secundario sobre el que castiga. Esto me trae a la memoria una cita que explica muy bien este fenómeno.

El resentimiento es como tomar veneno esperando que la otra persona muera. – Carrie Fisher.

Finalmente decir que el resentimiento también se basa en el hecho que pensamos que el comportamiento  de la otra persona o las circunstancias han sido la causa de cómo nos sentimos. (Diferencia entre causa y estímulo). Esto nos convierte en víctimas, lo cual tiene un efecto muy positivo en nosotros ya que nos da la tranquilidad de ser los inocentes. Sin embargo hay un efecto secundario que hay que tener en cuenta. El ser víctimas nos incapacita para la acción ya que es el otro el culpable y por lo tanto no podemos hacer nada. Y si no podemos hacer nada dejamos de ser libres y nos convertimos en esclavos del resentimiento que sentimos por nuestro «agresor». Lo curioso es que es una esclavitud generada por nosotros porque el «agresor» no nos obliga a sentir eso. Estamos enganchados al agresor pero somos nosotros los que nos enganchamos y no al revés. Hay otra cita relacionada con ello para explicarlo.

El resentimiento es la emoción del esclavo, no porque el esclavo sea resentido, sino porque quien vive en el resentimiento, vive en la esclavitud.” F. W. Nietszche

Quizás alguno de vosotros se diga lo siguiente. «Vale, puedo llegar a entender que es la emoción del esclavo, y además, decido que no quiero continuar así. Sin embargo no puedo evitar dejar de sentir como siento. ¿Cómo puedo salir de este círculo vicioso?».

Muy bien, la buena noticia es que se puede salir de esta dinámica y la no tan buena es que requiere determinación. ¿Estáis dispuestos? Si contestáis que sí, continuad leyendo. Sino es así, no creo que os valga la pena que continuéis esta lectura.

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Cómo hacer peticiones. Diferencia entre petición y exigencia.

En muchos de mis artículos he hablado sobre cómo utilizar los sentimientos como una señal para saber si hay una necesidad no cubierta, en cuyo caso hablamos de sentimientos desagradables, y cuando están cubiertas, como sentimientos agradables. Y una vez identificada esa necesidad podemos hacer alguna petición hacia nosotros mismos o hacia los demás. El artículo de hoy va precisamente de cómo hacer peticiones hacia los demás que sean lo más eficaces posibles.

Lo primero que tenemos que distinguir es entre una petición y una exigencia. La primera implica que debemos estar abiertos a la posibilidad de recibir un no. Es lo primero que debemos preguntarnos porque, si no es así, disfrazaremos una exigencia de petición y entonces es un acto manipulativo.

Por ejemplo, si quiero que mi hija ordene su habitación puedo exigirlo disfrazándolo de petición diciendo.

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